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EL CALEPINO DE SAHAGÚN: UN ACERCAMIENTO

 

 

Pilar Máynez

(FES UNAM Acatlán)

 

 El calepino de Sahagún. Un acercamiento de Pilar Máynez fue publicado a finales del año 2002 por la Universidad Nacional Autónoma de México (ENEP/Acatlán) y el Fondo de Cultura Económica.

El libro contiene los términos nahuas dispuestos alfabéticamente con las correspondientes definiciones que fray Bernardino  proporcionó de cada uno de ellos en el apartado en español de la más completa versión de su Historia general de las cosas de Nueva España: el Códice Florentino.[1]

El conjunto de estos vocablos indígenas, como el propio fraile lo explica en el prólogo a su obra, no pudo ser conformado a manera de calepino, o sea de diccionario enciclopédico, pero el material para elaborarlo quedó incluido en los doce libros que integran la Historia general; de este detallado testimonio sobre los más diversos componentes de la cultura de los nahuas del altiplano central se extrajo la amplia relación lexicográfica para constituir El calepino de Sahagún. Un acercamiento.

De acuerdo con las editoriales que publicaron hace cinco años este volumen, se incluye la totalidad del contenido de la mencionada obra en el Gran Diccionario del Náhuatl. Cabe señalar que en la primera emisión electrónica del calepino sólo se autorizó la incorporación de una parte de éste a dicho corpus, por lo que agradecemos a la Universidad Nacional Autónoma de México (ENEP/Acatlán) y al Fondo de Cultura Económica las facilidades que nos otorgaron en esta ocasión para que se difunda su versión completa.

 

1. Elementos que integran este calepino

Hace ya varios años inicié la investigación que finalmente ofrezco en este volumen. El objetivo principal de la misma era conformar el calepino del cual Sahagún echó las bases, pero que por siglos quedó sin constituirse. Un primer avance de este estudio fue el libro que con el título de Religión y magia. Un problema de transculturación lingüística en la obra de Bernardino de Sahagún se publicó en 1989.[2] En ese trabajo presenté únicamente los términos nahuas que hacían referencia al rubro más significativo de la cosmovisión mexica. Restaba, sin embargo, incluir la mayor parte de las palabras nahuas y sus definiciones alusivas a los más variados componentes del universo mexica los cuales, finalmente, quedaron consignados en citado libro que se publicó en 2002 con una estructura alfabética.

         Los aproximadamente 2200 artículos que conforman El calepino de Sahagún quedaron constituidos por los siguientes elementos: la entrada principal en mayúsculas, que se determinó con base en la propuesta ortográfica de Miguel León-Portilla, la cual reproduce en términos generales una tradición escritural del náhuatl que procede del siglo XVI. En renglón aparte se ofrecen entre paréntesis y por orden alfabético las variantes que aparecen en el manuscrito.  A cada entrada sigue su traducción extraída principalmente de los glosarios que acompañan a las ediciones de la Historia general de las cosas de Nueva España de Ángel Ma. Garibay,  así como a la de Josefina García Quintana y Alfredo López Austin; también se consultaron el Vocabulario de la lengua castellana y mexicana y mexicana y castellana de fray Alonso de Molina, el Diccionario de la lengua náhuatl o mexicana de Rémi Siméon y An Analytical Dictionary of Nahuatl de Frances Karttunen. Para la traducción de algunos topónimos se confrontaron la Nomenclatura geográfica de México de Antonio Peñafiel, La toponimia indígena en la historia y la cultura de Tlaxcala de Fernando Anaya Monroy y la Onomatología del Estado de México de Manuel de Olaguíbel. Para la de algunos servidores religiosos y conceptos relacionados con la divinidad, el vocabulario anexo a La filosofía náhuatl de Miguel León-Portilla y la lista que se incluye en otro de sus libros intitulado Ritos, sacerdotes y atavíos de los dioses. Así mismo se incluyen algunas traducciones propuestas por Ascensión H. de León-Portilla en su pequeño vocabulario a la obra Francisco Hernández. Antigüedades de la Nueva España.[3]  Se tomaron en cuenta, igualmente, las traducciones que Sahagún incluyó en las explicaciones de algunas voces, o bien, al no encontrarlas en los corpus mencionados ni en el Florentino, se sugirió un posible transvase; sólo en muy pocos casos se tuvo que optar por señalar que se trataba de una etimología incierta. Algunas veces la explicación castellana que sigue al vocablo náhuatl no se refiere a sus componentes morfológicos sino a la totalidad del elemento; en estos casos sólo se proporciona la paráfrasis y se suprimen las comillas a fin de no confundirla con la traducción literal. Veamos unos ejemplos:

           Chian. Salvia, planta cuya semilla se usaba como alimento.

           Huacalli. Armadejo para cargar algo.

           Tamalli. Pan de maíz envuelto en hojas y cocido en olla.

         El asterisco que acompaña, en ocasiones, a la entrada del artículo indica que el término posee, según lo advierte Sahagún, dos o más formas de denominación para el mismo concepto; es decir, que es sinónimo de otra u otras palabras nahuas. Sobre este punto explica fray Bernardino en la nota Al Lector que antecede al libro 7:

Otra cosa ay en la lengua que tambien dara desgusto al que la entendiere; y es que de una cosa van muchos nombres sinonjmos; y una manera de dezir o una sentencia va dicha de muchas maneras: esto se hizo a posta, por saber y escrevjr, todos los vocablos de cada cosa; y todas las maneras de dezir de cada sentencia; y esto no solamente en este libro pero en toda la obra.

Lib. 7, fol. 220, p. 223 v.

 

         Frecuentemente, antes de las definiciones de los distintos referentes proporcionadas por Sahagún, se ofrece una breve explicación a fin de contextualizar mejor el concepto. Se indica ésta entre corchetes y se emplea la ortografía y sintaxis actuales, con el objeto de que quede claramente diferenciada del texto extraído del Códice florentino. En ocasiones, también, se introducen en las definiciones elementos que resultan necesarios para precisar el contexto; en tales casos se sigue el mismo procedimiento de insertar entre corchetes la aclaración que se juzgó pertinente.

         Ahora bien, la transcripción de los términos nahuas y sus contextos se realizó respetando las grafías y puntuación del manuscrito. Únicamente se desataron abreviaturas  como nros (nuestros), vros (vuestros), q (que) q.d. (quiere decir), oron (oracion), tpo (tiempo), del castellano y xipacoya (xipacoyan).[4] Así mismo se separaron algunas palabras que aparecían unidas en el texto, dejando sólo aquellas que así lo reclamaban debido a su peculiar conformación como desta (s, os),  della (s, os).

         Por último, se anota en cada caso la referencia bibliográfica de donde se extrajeron el vocablo nahua y su (s) definición (es); esto es, el libro, el folio y la página (recto y vuelto).

         A continuación se reproducen aquí algunos ejemplos de los artículos que se verán en el calepino.

        

ITZCUINPAHTLI        “Medicina de perro”

(Itzcujnpatli)  (Yztcujnpatli)

[Al referirse a  los empeines y a sus posibles remedios, comenta que se deberá:]

 Poner la yerva molida verde que se llama atlepatli, y ponerse sobre el empeine: quando tomare algunos baños lavarse a con el agua de la hoja de cierta  yerva llamada itzcujnpatli

 Lib. 10, fol.110, p. 112 r.

     

PINOLLI               Maíz molido para comer

Ponjan delante desta ymagen [del dios de las mieses] un chiqujujte de harina de chian que ellos llaman pinolli

 Lib.2, fol.27, p. 81 r.

 

 

TEOPOXACUAHQUEH*   “Los acrecentados”

(Tepupuxaquaujque)

[Al referirse a los que nacían en el signo ce acatl, dice:]

Si fuesse hombre popular, o macegual: seria tambien hechizero y encantador y enbaydor: de aquellos que se llaman temacpalitotique...[Hay] unos hechiceros que se llaman temacpalitotique o por otro nombre tepupuxaquaujque

Lib.4, fol.58, p. 301 r.

 

     

2. Procedimientos adoptados por Sahagún en la definición de objetos y conceptos del mundo náhuatl

 

Uno de los fenómenos más interesantes del español de América es el tocante a la infiltración léxica indígena en el castellano. El tema resulta atractivo desde dos perspectivas diferentes pero complementarias: lingüísticamente abre la posibilidad de un análisis morfológico de los términos indígenas, así como de los procedimientos sintácticos y semánticos adoptados para la definición castellana de ellos; etnohistóricamente cada vocablo indígena que se introduce viene a ser el testimonio de una realidad específica del mundo prehispánico.[5]

         En este apartado se pretende explicar, con este doble enfoque, la forma en que Sahagún definió los distintos componentes de aquel universo que sus informantes fueron mostrándole, mediante el recuento de los diversos procedimientos lingüísticos que para ello adoptó.

 

2.1. Recursos morfosintácticos empleados por fray Bernardino en las definiciones castellanas de los préstamos nahuas

 

Una de las formas más frecuentes utilizadas por el fraile, como apunta Miguel León-Portilla,[6] consiste en establecer relaciones de comparación entre los términos patrimoniales y los occidentales, a fin de explicar la naturaleza de los primeros. De esta manera, las definiciones castellanas sobre las diferentes realidades que conforman el universo mexica, se presentan en relación de correspondencia. El empleo del adverbio como, del verbo copulativo ser más su atributo y de construcciones de relativo que modifican un núcleo antecedente son los procedimientos sintácticos más comunes para dar idea de correlación entre ambos elementos. Así tenemos, por ejemplo, que el mexicatl teohuatzin era como patriarca y que el tlamacazton era como acólito. Las construcciones adverbiales comparativas “como patriarca” y “como acólito” expresan una relación de equivalencia con el término inicial.

         La oración copulativa funciona también en este texto como forma gramatical de predicación y comparación. En los enunciados: la diosa Chicomecoatl es otra diosa Ceres, Huitzilopochtli fue otro Hércules, tlatolhuaztli es tragadero y totolin iquatexio, sesos de gallina, los atributos introducidos por los adjetivos “otro, otra (s)”, o bien directamente por el verbo “ser”, o por su forma elidida, caracterizan al sujeto. Así mismo son frecuentes las construcciones de relativo en las que se modifica a un sustantivo antecedente que funciona, a su vez, como elemento nuclear o primario de comparación: Los calpullis que eran como iglesias, el cuauhtepoztli que es como alcornoque, la mazacoatl que es una culebra con cuernos.

         En las tres clases de sintagmas el orden de los elementos generalmente es el mismo: primero aparece el término nahua o el nahuatlismo, esto es, la voz indígena adecuada a las particularidades morfológicas del castellano, después el verbo copulativo ser que lo enlaza en forma comparativa o atributiva con su posible equivalente hispano. No obstante, cabe precisar que, en ocasiones, aparece primero la definición, seguida de su correspondiente vocablo indígena:

Comjan [los señores] unas ciertas tortillas, echas de las maçorcas, tiernas de mahiz, que se llaman elotlaxcalli.

Lib.8, fol. 24, 274 v.

 

         Otros dos elementos gramaticales que funcionan también en el Florentino como indicadores de equivalencia son: el adjetivo semejante y el verbo parece. Ambos señalan una correspondencia entre el vocablo náhuatl y el hispano.

Ay otra yerva que se llama mamaxtle o mamaxtlaquilitl es semejante  a la yerva que se llama acuitlacpalli.

Lib.11, fol.135, p.287 v.

 

Ay en esta tierra ave de rapiña que me parece esmerejon de españa: llamase hecujlictli y por otro nombre hecachichinquj.

Lib.11, fol.49, p. 201 r.

 

         En el primer caso las hierbas comparadas pertenecen por igual al mundo indígena. La voz nahua que aparece en la versión castellana del texto es caracterizada mediante la confrontación con otro elemento de la misma cultura. En el segundo ejemplo, la denominación de la especie castellana antecede a su homóloga indígena. Esta clase de equivalencias se observa frecuentemente en los campos relativos a la flora, la fauna y la alimentación.

         Tres recursos más de aproximación conceptual se dan mediante el intercambio prácticamente absoluto de las dos unidades; esto es, a través del empleo de la conjunción o, de la traducción de la voz patrimonial introducida con las frases que quiere decir, o bien por yuxtaposición

Los cactles o cotaras tambien eran de algodón.

Lib. 2, fol.46, p. 100 v.

 

         La intención del transvase se manifiesta mediante las frases quiere decir, que quiere decir, como en el siguiente ejemplo:

 

Tambien comian muchas maneras de cazuelas; una de ellas se llama totolin patzcalmollo, qujere dezir cazuela de gallina, echa a su modo con chilli bermejo y con tomates y pepitas de calabazas molidas, que se llaman agora pipian.

Lib. 8, fol. 23, p. 273 v.

 

 

         Así mismo, la yuxtaposición funciona en algunos párrafos como forma explicativa del término mexicano. A través de <:>, de la aposición o de la elisión de algún elemento mediante <,> se define el vocablo.

 

El sexagessimo septimo edificio, se llamava Iopicalco, y tambien  Eoacalco:

esta era una casa donde se aposentavan los señores, y principales, que venjan de lexos, a visitar este templo, especialmente los de la provjncia de Anaoac.

Lib. 2, fol. 118, p. 172 r.

 

Le arrojavan [el corazón]  a los pies de Xiuhtecutli, dios del fuego.

Lib. 2, fol. 64, p. 118 v.

 

         Menos frecuentes resultan otros procedimientos ideados por Sahagún en las definiciones de las voces patrimoniales, como es el caso de su explicación a partir del análisis del vocablo que, en ocasiones, se  complementa con una referencia mítica:

 

Este nombre mexicatl, se dezia antiguamente mecitli: componjendose de me, es metl, por el maguey, y de citli, por la liebre; y ansi se avja de dezir, mecicatl, y mudando la c en x, corrumpese, y dizese mexicatl; y la causa del nombre, segun lo cuentan los viejos, es. que quando vinjeron los mexicanos a estas partes; trayan un caudillo, y señor, que se llamava mecitli; al qual luego despues que nascio; le llamaron citli, liebre; y porque en lugar de cuna lo criaron, en una penca grande, de un maguey: de ay adelante, llamose mecitli. como qujen dize: hombre criado en aquella penca de maguey.

Lib. 10, fol. 139, p. 141 v.

 

         Otras veces, como en el caso de los gentilicios, explica el vocablo por derivación; por ejemplo:

 El nombre de matlatzincatl, tomose de matlatl, es la red, con la qual desgranavan su mahiz, y hazian otras cosas los que se llaman matlatzincas, o bien los mazahuas que tomaron ese nombre por su caudillo, al igual que los otomíes.

           Lib. 10, fol. 130, p. 132 v.

  

2.2. Los fenómenos semánticos más frecuentes en la explicación de los objetos y conceptos indígenas

 

En la obra sahagunense es común encontrar referencias sobre el proceso de denominación por medio del cual un vocablo nahua puede proceder tanto de una motivación exoglótica -generada fuera del sistema lingüístico- como de una motivación endoglótica -derivada del propio sistema-. En la primera clase de motivación, la forma fónica reproduce el ruido emitido por cierto objeto o animal. La designación queda, entonces, relacionada con las peculiaridades acústicas del elemento nombrado. Éste es el caso del ave cohuixin que debe este nombre a su propio canto cohuixi, cohuixi o del cuitlachtototl que despliega su vuelo cantando cuitlacoch, cuitlacoch, tarati, tarati. En este sentido, se establece una relación indisoluble entre la cosa significada y la forma significante fuera del signo lingüístico.

         También se encuentran casos de motivación morfológica, originada en el propio sistema de la lengua; la composición de un vocablo se establece aquí mediante los morfemas existentes. Esta forma de denominación es quizá el procedimiento más frecuente con que cuentan las lenguas para la creación de vocablos, y el Florentino es una rica muestra de ello:

 

Sera tambien esta obra, mui oportuna, para darles a entender, el valor de la criatura; para que no les atribuian, divjnidad: porque a qualqujera criatura, que vian ser eminente en bien o en mal, la llamavan teutl qujere dezir dios: de manera que al sol le llamavan teutl por su lindeza: al mar, tambien por su grandeza...donde se infiere, que este nombre teutl se toma, en buena o en mala parte. Otros muchos vocablos, se componen desta mjsma manera; de la significacion de los quales se puede conjeturar; que este vocablo, teutl  qujere dezir; cosa estremada en bien o en mal.

Lib. 11 p. 152 v., sf.

 

         La integración formal de una palabra se realiza, según se observa, yuxtaponiendo morfemas que conservan su sentido primario; de esta manera, al entrar en composición estos elementos significativos, se crea un vocablo que proporciona una connotación diferente sobre un determinado concepto.

         En ocasiones, el contexto aclara la causa que da origen a una designación específica:

El tercero dia comjan y bevjan y davan dones de la misma manera: llamavan a este dia teteualtia:  porque entonces ponjan a los esclavos, que avjan de morir, unas cabelleras echas de plumas ricas, que se llaman xinapallotl.

Lib. 9, fol. 44, p.352 r.

 

         El nombre teteualtia que se traduce como “bañar papeles de ofrenda” se determina, entonces, por el significado mismo del ritual. Vemos cómo un vocablo es generado por la similitud que guarda con una acción o también puede ser con cualquier otro elemento. En este texto la transferencia más común es de carácter “afectivo”; es decir, se relaciona un sentimiento o una característica festiva a una persona o cosa que comparten esa peculiaridad. Al referirse al pezohtli, advierte:

 

Otro anjmalejo que se llama peçotli...como si dixesse gloton, porque de todas cosas come, nunca se harta y de aquj se tiene costumbre de llamar peçotli al que come mucho y nunca se harta siempre anda comiendo, o donde vee alguna cosa de comer luego arremete a comerla.

Lib. 11, fols. 10 y 11, pp. 164 v. y 165 r.

 

                   La extensión de nombres por contigüidad de sentidos se observa con frecuencia en la designación de algunos sacerdotes que reciben la misma denominación que la del dios al que sirven (acalhua ometochtli, cuatlapanqui ometochtli, tlilhua ometochtli); también las víctimas sacrificadas en determinadas ceremonias adquieren la denominación de algunas deidades (Xilonen, Xiuhtlati, Xochiquetzal), o bien del lugar donde se llevaba a cabo el acto ritual. Veamos un caso:

 

 [Al referirse a las cuatro mujeres que daban por esposas al mancebo sacrificado en la fiesta Toxcatl, dice:]

Ponjanlas los nombres, de quatro diosas, a la una llamavan xochiquetzal, a la otra xilonen.

Lib. 2 fol. 33, p. 87 r.

 

 

2.3. La adopción de las voces nahuas en el castellano del siglo XVI

La penetración de indigenismos en el español se llevó a cabo desde el primer contacto entre la gente del Viejo y Nuevo Mundo. Ya el Vocabulario  de Antonio de Nebrija (1492) incluía la voz caribeña canoa, y sabemos, por el recuento que puede realizarse de ellas en diversas fuentes, que una cantidad considerable de términos indígenas pasaron a integrarse al español desde el siglo XVI. Miguel León-Portilla, por su parte, señala que la incorporación de nahuatlismos al castellano de España, por ejemplo, se puede registrar en siete momentos diferentes que abarcan desde la conquista hasta nuestros días.[7]

         Ahora bien, algunas de estas voces resultaron, al parecer, tan conocidas que Sahagún prescindió de su explicación; podemos decir que formaban ya parte integral del léxico del español de México en aquel entonces. Por ejemplo:

 

Tambien comjan los señores, muchas maneras de caçuelas: unas dellas se llaman, totolin  patzcalmollo qujere dezir caçuela de gallina hecha a su modo, con chilli bermejo, y con tomates y pepitas de calabaça molidas.

                    Lib.8, fol. 23, p. 273 v.

 

 

                   No obstante, en algunos contextos se puede observar la renuencia de los conquistadores a aceptar los préstamos indígenas alusivos a determinados referentes. Así prefirieron utilizar los nombres castellanos para referirse  a especies particulares de la fauna autóctona, aun cuando esto implicara una imprecisión designativa, como se puede observar en esta obra.

Ay en esta tierra un animal que se llama coyotl, al qual algunos españoles le llaman zorro y otros le llaman lobo.

Lib. 11, fol.8, p. 162 r. y v.

 

         Amado Alonso señala al respecto que este fenómeno puede explicarse “no sólo como un compromiso de nominación sino como una forma de plasmar y fijar su experiencia.[8] No obstante, otros teóricos, como Lipsio, Jefferson y Buffon han señalado que esta designación de nombres viejos a realidades nuevas representa una gran confusión por la imperfecta aplicabilidad de las especies animales y vegetales, condiciones ambientales y políticas, por mencionar sólo los ejemplos más recurrentes, propias del Viejo Mundo a la realidad del Nuevo. Incluso, algunos cronistas consideraron igualmente inapropiado la referencia a tales conceptos mediante denominaciones castellanas. El padre Acosta, por su parte, había lamentado que a muchas destas cosas de Indias, los primeros españoles les pusieron nombres de España, tomados de otras cosas a que tienen alguna semejanza, como piñas, y pepinos, y ciruelas, siendo en la verdad fruta diversísima, y es mucho más sin comparación en lo que difieren de las que en Castilla se llaman por essos nombres.[9]    

 

 2.4. Comentarios lingüísticos  de Sahagún en el Códice florentino

Desafortunadamente, como hemos mencionado ya, el manuscrito de 1569 que contenía la versión completa de la Historia general en náhuatl y una gramática y vocabulario anexos se encuentra extraviado, por lo que no contamos ni con la versión preparatoria a la obra más acabada de Sahagún y sus informantes conocida como Códice florentino ni con la reducción a reglas gramaticales de esta lengua indígena, que pocos llegaron a conocer tan bien como nuestro franciscano. No obstante, en varios párrafos del Florentino pueden espigarse diversos comentarios tocantes a la importancia del náhuatl, idioma que comparó con el latín y a distintos aspectos de índole morfosintáctica o, incluso, sociolingüística. En la nota “Al Sincero Lector”, advierte:

 

...por mj industria, se an escripto doze libros; de lenguaje propio y natural, desta lengua mexicana; donde allende de ser muy gustosa, y provechosa escriptura: hallarse han tambien en ella, todas las maneras de hablar, y todos los vocablos, que esta lengua usa: tambien authorizados y ciertos: como lo que escribio vergilio, y Ciceron y los demas authores de la lengua latina.

Prólogo a la obra, p. 3 r, sf.

 

         En algunas partes de su obra hace referencia a la peculiar manera de composición del mexicano. También proporciona el significado que tiene el vocablo en su forma absoluta y el de sus posibles derivados.

Este nombre tlâcatl; qujere dezir persona noble y generosa o magnifica; y su compuesto, que es  âtlacatl; es contradictorio; significa persona vil y de baxa suerte: y los compuestos de tlâcatl, que se componen con nombres numerales significan persona comun; como diciendo, ce tlacatl, una persona hombre o/muger: Ume tlacatl dos personas hombres o/ mugeres.

Lib. 10, fol. 9, p. 11 v.

 

         Otras veces explica si el término es o no susceptible de analizarse en sus mínimas unidades de significación:

Ay una [hierba] color colorado blanquecina que se llama achiotl: no tjene composition nj derivation: este nombre hacese en tierras calientes.

Lib. 11, fols.217 y 218, pp. 369 v. y 370 r.

 

incluso, en varias definiciones, como en la anterior, señala el lugar de procedencia o en el que se utiliza una determinada voz.

         En ocasiones, indica la forma más frecuente de dos sinónimos:

…a los peces blancos llaman amjlotl o xouili; su principal nombre es amjlotl.

Lib. 11, fol. 66, p. 218 r.

 

         Así mismo en algunos párrafos introduce acotaciones que llamamos hoy de carácter sociolingüístico, al precisar las diversas maneras  de denominación, según el género, para un mismo referente :

Entre estos naturales, un vocablo usan los hombres para dezir sobrino, que es machtli, y otro vocablo usan las mugeres, que es tepilo, o pilotl.

Lib. 10, fol. 3, p. 5 v.

                  

3. Valoración

Aunque fray Bernardino de Sahagún no logró llevar a cabo el ambicioso proyecto lexicográfico de incorporar una columna de escolios en su versión bilingüe, sí, en cambio, incluyó a lo largo de los doce libros del Códice florentino la definición de un gran número de voces nahuas que aludían a los distintos ámbitos del universo mexica que fue abordando. Ahí, en el relato español que muchos estudiosos han atribuido al fraile íntegramente, quedaron definidos los vocablos que hacían referencia a la divinidad, el ritual, los mitos, la moral, el gobierno, la sociedad, la alimentación,  las enfermedades, la flora y la fauna, así como a  los distintos componentes del ecosistema amerindio.

         No fue el Calepino, como ya se ha dicho,  una obra en sí misma pues, aunque algunos de sus bibliógrafos, incluso contemporáneos a él se refieren a su Historia en esos términos, el fraile aclaró que su magno estudio sobre la cultura mexica era como una red barredera para sacar a la luz todos los vocablos de la lengua mexicana con su sentido propio y figurado.          

         Y, en efecto, el Calepino que aquí se presenta es tan sólo la relación estructurada de aquel vasto material que por su extensión se ha calificado como “la enciclopedia de los nahuas del altiplano central”.

         Muy posiblemente la organización que se ha dispuesto aquí no coincida con la que tenía planeada el franciscano, pues, al parecer, las glosas lingüísticas iban determinándose conforme a las exigencias de la narración,  y no según rígidos criterios lexicográficos. Así lo podemos apreciar en los Memoriales con escolios y en la nota “Al Sincero Lector” que antecede a su Historia, donde el autor especifica la conformación en tres columnas que debería tener su obra y sus contenidos[10]. No obstante, el corpus que se presenta  a continuación pretende concluir una de las varias etapas del intenso trabajo que Sahagún efectuó con sus informantes y alumnos trilingües.

         Contiene este vocabulario la explicación pormenorizada de numerosas voces, muchas de las cuales apenas son definidas en los distintos diccionarios náhuatl-español que han llegado hasta nosotros, y la de otros términos ni siquiera contemplados en éstos; de ahí su importancia. Pero Sahagún no se conformó con proporcionar el significado de los términos indígenas que fue incorporando en su relato. Fray Bernardino incluyó así mismo, la gran variedad de formas con que podía ser designado un determinado concepto. Los sinónimos que, en ocasiones, pueden ascender hasta nueve para un mismo referente, son, sin duda, prueba palmaria de la preocupación lingüística que en gran medida alentó su monumental tratado.

         También Bernardino de Sahagún ofreció el  amplio elenco de voces que aludían a un objeto específico. No redujo. No simplificó. En los casos en que la lengua mexica había generado numerosos significantes para referirse a los diversos géneros de un mismo objeto, el franciscano los registró por igual. Así, por ejemplo, una variada gama de tamales con sus particulares nombres quedaron consignados y explicados en la Historia general. Lo mismo sucedió con las distintas formas y bordados de los huipiles y mantas, que tenían sus  nombres específicos, los cuales se enumeran y definen en este meticuloso recuento lexicográfico.[11]

         Si bien es cierto que algunos términos, muy pocos por cierto, quedaron nula o escuetamente definidos, como es el caso de epnepaniuhqui que sólo advierte que “era un atavjo”, o incluso, especificados contradictoriamente, como por ejemplo cuando explica en el folio 18 del libro 11 que el iztoncuahuitl “tiene suave olor” y en el siguiente folio que “tiene mal olor”, la inmensa mayoría comporta una detallada y clara especificación. Es el Códice florentino. Historia general de las cosas de Nueva España un documento invaluable para conocer nuestro pasado. Está sustentado en la explicación que dieron sobre sus antiguallas y costumbres los propios indígenas. Está fundamentado en el conocimiento y la apreciación del “otro”, de aquel que Sahagún se propuso entender y cristianizar. Pero es también el Florentino, el testimonio más completo de la designación propia de aquel universo amerindio.

 

 

 

                           

 



[1] Fray Bernardino de Sahagún, Códice Florentino. Historia general de las cosas de Nueva España. Manuscrito 218-20 de la Colección Palatina Medicea-Laurenzaina, Edición facsimilar 3 v., México, Florencia, Casa Editorial Giunti Barbera, Archivo General de la Nación, México, Florencia, 1979.

[2] Véase Pilar Máynez, Religión y magia. Un problema de transculturación lingüística en la obra de Bernardino de Sahagún, México, ENEP UNAM Acatlán, 1989.

[3] Fray Alonso de Molina, Vocabulario de la lengua castellana y mexicana y mexicana y castellana, Reproducción facsimilar de la edición de 1571, estudio introductorio de Miguel León-Portilla, México, Editorial Porrúa, 1970; Rémi Siméon, Diccionario de la lengua náhuatl o mexicana, traducción de Josefina Oliva de Coll, México, Siglo XXI, 1981, Frances Karttunen, An Analytical Dictionary of Nahuatl, United State of America, University of Texas, Press, Austin, 1983; Antonio Peñafiel, Nomenclatura geográfica de México, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1897; Fernando Anaya Monroy, La toponimia indígena en la historia y la cultura de Tlaxcala, México Universidad Nacional Autónoma de México, 1965; Manuel de Olaguíbel, Onomatología del Estado de México, Edición facsimilar preparada por Mario Colín, México, Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, 1975; Miguel León-Portilla, La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, con un nuevo apéndice, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993; Ritos, sacerdotes y atavíos de los dioses, introducción, paleografía, versión y notas de Miguel León-Portilla, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1958,  y Francisco Hernández, Antigüedades de la Nueva España, edición de Ascensión H. de León-Portilla, Madrid, Crónicas de América  28, 1986.

[4] José Luis Martínez señala otras abreviaturas que se encuentran en el texto mexicano, como el plural de los términos que se indica con una raya encima de la letra q: tepezpitzq. Sea como fuere, agrega Martínez, las abreviaturas son más numerosas para el castellano que para el mexicano. En El Códice Florentino y la “Historia General” de Sahagún, México, Archivo General de la Nación, 1982, p. 25.

[5] John Lyons sostiene que “toda lengua se integra a la cultura en que opera, por lo que su estructura léxica (y al menos en parte su estructura gramatical) refleja las distinciones que son (o han sido) importantes en la cultura respectiva. La Semántica, Barcelona, Editorial Teide, 1980, p. 234.

[6] Véase “Traslating the Amerindians Texts”, Latin American Indian Texts, p. 104

[7]  Miguel León-Portilla,“Otro testimonio de aculturación hispano-indígena: Los nahuatlismos en el castellano de España”. Revista española de antropología americana, Madrid, Editorial de la Universidad Complutense, 1981, p. 224

[8] Amado Alonso, Estudios lingüísticos. Temas hispanoamericanos, Madrid, Editorial Gredos, 1967, p. 36.

[9] Para mayor referencia sobre este tema, consúltese Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica 1750-1900, México, Fondo de Cultura Económica, 1960 p. 26 y 27.

[10]  Ibid., t.1, p. 3 r.

[11] Algunos de los diversos tamales enlistados por Sahagún son: tenextamalli, yacacoltamalli, necutamalli, cacacollayo, exococolotlaoyo. Ver lib. 2, fol 50, p. 104 v. En el caso de la diversa gama de huipiles tenemos: cuappachpipilcac, pocuipilli, yapalpipilcac, cacallo, mimichcho. Ver Lib.2, fol. 51, p. 105 v.