Confesionario
mayor y menor en lengua mexicana y pl�ticas contra las supersticiones de
idolatr�a, que el d�a de hoy han quedado a los naturales de esta Nueva
Espa�a, e instrucci�n de los Santos Sacramentos, del a�o de 1634 por
Bartolom� de Alva. M�xico, impreso por Francisco Salbago.
Introducci�n
y transcripci�n: Isis Zempoalteca Ch�vez.
A�o:
2014.
El autor del texto que a
continuaci�n se presenta es el bachiller Bartolom�
de Alva Ixtlilxochitl, tercer hijo de don Fernando (Alva Ixtlilxochitl).
�Naci� probablemente en S. Juan Teotihuacan hacia 1600. Se halla agregado
a su nombre el de Nezahuapilli. En 1622 bachiller de Teolog�a, se orden�
sacerdote y era cura de Chiapa de Mota, poblaci�n del actual Estado de M�xico
en 1634, despu�s de serlo de Zumpahuacan. Muri� hacia el a�o de 1670.
Escribi� un confesionario menor y mayor
con gran conocimiento de la lengua de sus antepasados. Pero lo m�s
importante es su adaptaci�n de piezas dram�ticas del teatro espa�ol en
lengua nahua tales como el Gran Teatro del Mundo de Calder�n de la Barca y
dos autos de Lope de la Vega. No han sido publicadas hasta hoy�.[1]
Seg�n Ascenci�n H. de Le�n-Portilla:
�Bartolom� de Alva, quien llev�
gran amistad con el gram�tico jesuita Horacio Carochi. Conocedor de las
dificultades que la confesi�n encerraba, public� en 1634 su Confesionario
Mayor y Menor en Lengua Mexicana�. [2]
El contenido del libro religioso
contiene: serie de platicas que deben realizar los naturales del Sacramento
de la Penitencia durante la Cuaresma; preguntas y respuestas antes de la
confesi�n; preguntas y respuestas particulares sobre los Diez Mandamientos
de la Ley de Dios, de la Iglesia, de la Obras de Misericordia, los Sentidos
Corporales, las Potencias del Alma, los Siete Pecados Morales y por �ltimo
las oraciones de el Credo, Padre Nuestro, Ave Mar�a y Salve. Haciendo
hincapi� en las supersticiones de los indios.
Nos referimos al
Confesionario, con la intenci�n
de que forme parte integrante del cada vez m�s amplio reportorio de textos
biling�es que ponemos a consideraci�n de los investigadores de las m�s
diversas disciplinas para que puedan enriquecernos con el fruto de sus
valiosos trabajos de an�lisis.
La
decisi�n anterior conlleva la necesidad de definir claramente lo que debe
entenderse por el t�rmino confesi�n, etimol�gica y cronol�gicamente, en
un af�n de entender mejor la administraci�n del sacramento de la
Penitencia. El t�rmino proviene del lat�n confessio,
que significa declaraci�n y hace referencia, en el lenguaje religioso, a
dos hechos fundamentales: a) la declaraci�n
o afirmaci�n p�blica o privada de la fe o de la creencia religiosa y b) la
declaraci�n solemne de fe de una iglesia, � secta de la misma, expresada
verbalmente o por escrito. Entendido as�, el acto de confesi�n se
establece como el sacramento del perd�n de los pecados del creyente
cristiano. Su realizaci�n puede ser ordinaria si se practica por lo menos
una vez al a�o, o extraordinaria cuando se efect�a en caso de enfermedad o
peligro de muerte, sin establecerse un sitio f�sico adecuado para realizar
la confesi�n ordinaria.
El acto de
confesi�n se divide en:
1.
Examen
de conciencia: que motive al penitente al arrepentimiento de los pecados.
2.
Arrepentimiento
de los pecados cometidos; bien por un acto de amor a Dios misericordioso
(contrici�n), o como consecuencia del temor de Dios, como justo juez
(atrici�n).
3.
La
verg�enza y humillaci�n que el penitente sufre para enunciar sus culpas no
se juzga como un elemento negativo; al contrario manifiesta la verdad de su
exposici�n, lo pone en situaci�n de ser purificado al ser perdonado de la
falta cometida.
4.
La
humillaci�n sufrida por el penitente y la correspondiente autoridad del
confesor para imponer la penitencia que considere proporcional al pecado
confesado.
5.
Y
por �ltimo el otorgamiento o no de la absoluci�n, equivalente a la
sentencia emitida de manera declaratoria, como si se tratara de un verdadero
acto judicial; lo que convierte al confesor no en mero interlocutor sino en
verdadero juez.
As� pues, en la
evoluci�n de la historia del cristianismo, desde los primeros siglos, la
confesi�n se realizaba de manera p�blica y formaba parte del sistema
penitencial de la iglesia primitiva. Durante los siglos IV al VII, la
penitencia can�nica se contin�o efectuando de tal forma: �[�] que gran
parte del rito se realizaba frente a la muchedumbre�. Posteriormente, con
la celebraci�n del Concilio de Letr�n hacia el a�o de 1215, esta se
convirti� en un acto obligatorio por lo menos una vez al a�o, durante la
celebraci�n de la Pascua, altern�ndose �la confesi�n auricular o
privada, que hab�a coexistido simult�neamente con la p�blica y hab�a
ganado muchos adeptos entre la iglesia y los mismos fieles [hasta que] fue
aceptada de manera oficial�.[3]
Luego, al celebrarse el Concilio Ecum�nico de Trento entre 1545 y 1563, la
confesi�n pas� a formar parte del sistema sacramental (siendo uno de los
siete sacramentos instituidos por Cristo para el perd�n de los pecados),
donde: �las autoridades tridentinas decretaron que la penitencia era el
medio para obtener la salvaci�n eterna, pues el hombre, a pesar de su fe,
no pod�a estar seguro de su salvaci�n en virtud de que por su propia
naturaleza esta propenso a caer en pecado. S�lo pod�a alcanzar la gracia
de Dios por medio de la penitencia. Tambi�n se estableci� que la confesi�n
era el �medio seguro de salvaci�n� y fue considerada como la tabla de
salvaci�n del hombre pecador�.[4]
Surge as� el Confesionario como libro, manual o gu�a para la realizaci�n de un
examen de conciencia, basado en preguntas breves que permiten al penitente
recordar todas las situaciones en las cuales estuvo expuesto a incurrir en
pecado (venial o mortal). El confesionario es elaborado por los sacerdotes
especializados en teolog�a moral para ayudar al penitente en los actos
cotidianos en los que haya incurrido, todo ello sostenido en los sacramentos
de la iglesia cat�lica. En el siglo XVI, como consecuencia del Concilio de
Trento, se produjo una verdadera explosi�n editorial en torno a la
penitencia; en donde: �la estructura de estos manuales es, en general,
bastante repetitiva. Suele empezar por un estudio sobre las partes de la
confesi�n y sus consejos sobre la actitud del confesor y del penitente,
pasan despu�s al examen de los pecados posibles contra cada mandamiento de
la ley de Dios, de la iglesia o contra los sacramentos y quedan
desarrollados tambi�n los llamados �pecados capitales� A menudo
presentan listas de los pecados m�s comunes de algunos oficios:
comerciantes, se�ores, jueces, eclesi�sticos�.[5]
Es necesario
aclarar, por �ltimo, que la transcripci�n se hizo bajo las normas de las
Ediciones Sup-infor, que tiene como finalidad fundamental el conocimiento
ling��stico de las lenguas amerindias, particularmente de los vestigios
impresos de la lengua nahua. Importante se�alar que, como base del
siguiente trabajo se empleo la edici�n del Confesionario
mayor y menor en lengua mexicana [�], reguardada en el Biblioteca John
Carter Brown, de Providence, Estados Unidos de Am�rica. Se respetaron los
caracteres tipogr�ficos y separaci�n de s�labas y palabras del autor, as�
mismo se colocaron todos los acentos: agudos, graves y circunflejos
utilizados. En el caso de los tipos no usados en la actualidad para la se�alizaci�n
de las silabas abreviadas, en las que se colocaron delante de cada una de
ellas, como ejemplo de q^ para designar �que� o d^ en el caso de
�de� u otros. As� mismo se colocaron en dos columnas los textos: tanto
la versi�n castellana como su correspondiente traducci�n en el caso de no
existir en la edici�n original, para la mejor comprensi�n y correlaci�n.
[1]
Diccionario
Porr�a de Historia, biograf�a de M�xico.
M�xico: Editorial Porr�a, S. A., 1964, p. 83. (2 tomos)
[2]
Ascenci�n
H. de Le�n-Portilla, 1988, Teputztlahcuilolli
impresos en n�huatl, Historio y bibliograf�a, M�xico, UNAM, tomo
I, p.83-4
[3]
Gonz�lez Marmolejo, Jorge Ren�. Sexo
y Confesi�n. M�xico: INAH-CONACULTA, 2002, p. 15.
[4]
Ibidem. p. 16.
[5] Sarri�n Mora,
Adelina. Sexualidad
y confesi�n: la solicitaci�n ante el Tribunal del Santo Oficio. Cuenca: Ediciones
de la Universidad de Castilla, La Mancha, 2010 (Colecci�n: MONOGRAFIAS
N�m. 60), p. 39.