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Michel Graulich

 

 

  QUETZALCOATL   

Y

EL ESPEJISMO DE TOLLAN

 

 

INTRODUCCIÓN

 

 

Estamos en 1519. Tras muchas aventuras y batallas, Hernando Cortés con su tropa de conquistadores llega por fin a Mexico Tenochtitlan, la poderosa capital del imperio azteca. Pero allí, no hay lucha. El rey o emperador Moteczuma le espera y acogiéndole amistosamente, le coloca collares de flores y le abraza. Luego se le dirige en terminos asombrosos:

 

TEXTO 1. Sahagún IV c.16 (1956, 4: 43-44):

¡Oh señor nuestro! seais muy bien venido, habéis llegado a vuestra tierra y a vuestra pueblo, y a vuestra casa México: habéis venido a sentaros en vuestro trono y en vuestra silla, el cual yo en vuestro nombre he poseído algunos días.

            Otros señores (que ya son muertos) lo tuvieron antes que yo, el uno que se llama Itzcoatl, el otro Mocthecuzoma el viejo, y el otro Axayacatl, y el otro Tizoc, y el otro Ahuitzotl. Yo el postrero de todos he venido a tener cargo y regir este vuestro pueblo de México, todos hemos traído a cuestas a vuestra república, y a vuestros vasallos, los difuntos ya no pueden ver ni saber lo que ahora pasa; ¡pluguiera aquel por quien vivimos que alguno de ellos fuera vivo, y en su presencia aconteciera lo que acontece en la mía!

            Ellos están ausentes señor nuestro, ni estoy dormido, ni soñando, con mis ojos veo vuestra cara y vuestra persona: días ha que yo esperaba esto: días ha que mi corazón estaba mirando aquellas partes por donde habéis venido; habéis salida de entre las nubes, y de entre las nieblas, lugar a todos escondido.

            Esto es por cierto lo que nos dejaron dicho los reyes que pasaron, que habíais de volver a reinar en estos reinos y que habíades de asentaros en vuestro trono, y en vuestra silla; ahora veo que es verdad lo que nos dejaron dicho. Seais muy bien venido, trabajos habréis pasado viniendo tan largos caminos, descansad ahora, aquí está vuestra casa y vuestros palacios, tomadlos y descansad en ellos con todos vuestros capitanes y compañeros que han venido con vos.

 

Cortés debió de esperar algo parecido al llegar a Mexico. Desde sus pri­meros contactos con los indígenas cerca de Veracruz se había dado cuenta de que le consideraban como el dios Quetzalcóatl. Pero ¿ quién podía esperar razonablemente que las cosas sucederían de esta manera ? De golpe llegó a ser el dueño legítimo de un inmenso imperio, era Quetzalcóatl, Serpiente Emplumada, el rey legendario de los toltecas por fin retornado para recobrar sus tierras, tal como se esperaba y se temía desde siglos atrás.

Dejemos de lado la autenticidad del discurso, consignado por escrito varios decenios después del acontecimiento. El mismo Cortés dejó una versión bastante diferente de las palabras de Moteczuma (ver Texto 157). Pero el hecho de que pudiera confundírsele a él, un blanco, un cristiano, con una deidad indígena fue suficiente para desencadenar las imaginaciones. No im­portó que confrontados con seres llegados de otro mundo — como si viésemos desembarcar extraterrestres, aunque nosotros estuviésemos preparados — los mesoamericanos tuvieron que relacionarlos con algo conocido. Tampoco impor­tó que las reacciones hubieran sido parecidas en otras regiones de América y que para explicar la invasión de los europeos, los autóctonos se hubieran acordado a menudo de algún ser legendario que pretendidamente hubiera anun­ciado su vuelta. A pesar de todo, Quetzalcóatl llegó a ser la figura más extraordinaria, más fascinante y más conocida de la antigüedad americana. Lo habían confundido con Cortés; fue utilizado después para explicar, justificar o glorificar. Serpiente Emplumada les convenía a todos. A los indios les permitió comprender la foránea intrusión. Más tarde, abiertos los ojos de algunos, se pusieron a esperar la vuelta del verdadero Quetzalcóatl que les liberaría del yugo español. Otros, deseosos de darse importancia ante los españoles, insistieron sobre la santidad y la virtud del personaje y en particular sobre el hecho de que aborreciera los sacrificios humanos. Un noble descendiente de la dinastía de los reyes de Texcoco, don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, incluso insinuó que Quetzalcóatl pudo haber sido Cristo (Texto 13).

A los conquistadores, por otro lado, les era permitido ver en Quetzalcóatl primero una prueba del favor divino, y después de la afirmación de algunos de que era blanco y barbudo, la justificación de su conquista que después de todo no era sino recuperación. Más adelante ciertos misioneros encontraron en Quetzalcóatl la respuesta a problemas teológicos perturba­dores. Cristo encargó los apóstolos que convirtiesen a todos los pueblos. ¿ Era posible que se hubiera olvidado de los indios ? ¿ Y no existen unas notables semejanzas entre la religión azteca y la cristiana ? Fray Diego Durán propuso una solución al enigma: el hombre santo y piadoso, blanco y barbudo, debía de haber sido algún compañero del Salvador, posiblemente Santo Tomás, apóstol de las Indias según la leyenda. Durán no era muy ori­ginal puesto que ya en 1515 San Tomás de Meliapor había sido sugerido para un hipotético desembarco en Brasil (H. Clastres 1975: 28).

Los amigos de los indios acogieron con favor la teoría de Durán: en efecto, si era cierta esta primera evangelización, entonces existían menos riesgos para sus protegidos en ser considerados coma "cristianos nuevos" de segunda categoría, al igual que los judíos y los moros en España. Probaba además la teoría de que, aún en el plano de la religión, el pasado mesoame­ricano era digno de una gran civilización. Es inútil añadir que esta manera de rehabilitación fue bien recibida por los indígenas aculturados.

Más adelante, y hasta la independencia, criollos como Sigüenza y Góngora o Servando de Mier se aprovecharon de la "Pluma rica", del "Fenix del Occidente" asimilado a San Tomás para exaltar el pasado americano y forjar­se una conciencia nacional distinta de la de España. Persiste hasta hoy en México esta tendencia nacionalista con algunos cambios, en particular el abandono de la referencia a Santo Tomás o a cualquier influencia del Viejo mundo. En adelante será un sabio auténticamente indio lo que quieren reco­nocer en Quetzalcóatl quienes niegan la ausencia en la América antigua de grandes reformadores religiosos creadores de alta espiritualidad, compara­bles a los que fueron engendrados en otras partes por milenios de civilización y de intercambios entre culturas distintas. Opina Chavero (1887) que Quetzalcóatl fue un gran rey y un reformador equiparable con Akhenatón entre los egipcios. En los Estados Unidos Spinden (1948) describe al dios coma "la mayor figura de la antigua historia del Nuevo Mundo, con su código ético y su amor por las ciencias y las artes". Laurette Séjourné lo califica como fuente de toda vida espiritual en Mesoamérica.[1]

Una corriente popular exagera esta tendencia tiñéndola de esos vanos sentimientos de culpa muy en boga en los años ‘60 y ‘70. Son muchos los dibujos animados o las tiras ilustradas en los que Serpiente Emplumada se presenta como dueña de un saber muy superior al de los españoles de la Conquista, saber que estos se esforzaron por negar y destruir.

En el lado opuesto tenemos la tendencia difusionista extrema que no admite que las civilizaciones precolombinas se hayan desarrollado aisladas del resto del mundo. El dios pálido y barbado sirvió de argumento para los que asignan a esas culturas un origen o por lo menos influencias europeas (Gordon 1971; Heyerdahl 1971), africanas (Anta Diop 1967), asiáticas o oceánicas, sin hablar de los supuestos continentes perdidos de la Atlántida o de Mu, o de extraterrestres. Basándose en similitudes imaginarias o más o menos aceptables, investigadores serios a bromistas identificaron a Quetzalcóatl con Atlas, Osiris, Baco e incluso Hotu Matúa, poblador de la isla de Pascua. Ya vimos cuanto éxito tuvo Santo Tomás. Pero también se cita a San Brandano, y mormones mencionaron incluso a Jesucristo, apoyándose en un texto de Ixtlilxóchitl (Texto 13; Hunter y Ferguson 1950). Brasseur de Bourbourg (1868) compara con el Horus egipcio, veremos que no totalmente sin motivo. Según Toung Dekien (1924), Quetzalcóatl era Buda o un mago oriental, según otros un misionero brahmánico (ver Wauchope 1962) o islandés (Orozco y Berra 1960 [1880], 1: 86-8) o incluso un mensajero del planeta Venus (Charroux 1968). La Serpiente les encantaba a todos y en particular hoy en día a los historiadores y a los especialistas de religiones, a estos porque les ofrece una inesperada figura de reformador religioso prehispánico, y a aquellos porque creen que les permite remontarse más en el pasado mesoame­ricano.

 

Resumen de las principales civilizaciones de Mesoamérica

 

Bien puede ser que hubiera contactos ocasionales entre el Viejo Mundo y Mesoamérica. Sin embargo, en lo esencial las civilizaciones amerindias se desarrollaron de manera independiente. Veamos brevemente su historia para estar en condiciones de situar Serpiente Emplumada en su contexto.

En el estado actual de los conocimientos, la presencia del hombre en México puede tal vez remontarse a más de 30.000 años.[2] Cazador-recolector primero, llegó a ser agricultor a lo largo de los mílenios que precedieron nuestra era. Durante el 2000 a.C., vive en pueblos ya estratificados. Cinco o seis siglos después nace la primera gran civili­zación llamada de los olmecas.

San Lorenzo, La Venta, Tres Zapotes, principales sitios olmecas, están ubicados en las selvas y los pantanos de Veracruz meridional y de Tabasco. Estos amplios centros ceremoniales se componen de montículos cónicos o de pirámides escalonadas, de canchas de juego de pelota y otros edificios ordenados alrededor de grandes plazas. La escasez de la piedra hizo que los edificios se construyeran con tierra y de materiales perecederos. Bloques de piedra importados desde la lejana región de los Tuxtlas eran aprovechados para la construcción de tumbas reales, de recintos ceremoniales, de canales para alimentar estanques lustrales, especialmente para monumentos de alta calidad coma estelas, tronos o "altares", sarcófagos, estatuas... Esculpidos en alto, bajo o pleno relieve celebran la gloria del soberano y de los poderosos, del hombre o del dios-jaguar, de los sacerdotes. Represen­tan rituales de fertilidad destinados a deidades de la lluvia y a la tierra asimilada al felino. Los olmecas esculpieron además hachas, figurillas y objetos diversos en piedras semipreciosas, de las cuales era el jade la más preciada. Hay escenas complejas pintadas en paredes, su cerámica es sobria y vigorosa, lo mismo que todas sus manifestaciones artísticas. Se encuentran glifos pictográficos o ideográficos en algunos de sus objetos. Gran parte de México y de América central estuvo influida por la civilización olmeca. Cuna de las culturas mesoamericanas, desapareció o se transformó en las culturas post-olmecas y maya alrededor del cuarto siglo antes de Cristo.

Surgieron entonces otros centros, por ejemplo Izapá en el área maya. Luego hacia el fin del período preclásico, se desarrolla toda una serie de civilizaciones diversas. Llegan a su apogeo durante el Clásico, o sea aproximadamente en el primer milenio después de Cristo. En esta época las civilizaciones mesoamericanas se presentan con todas sus características comunes: una agricultura basada esencialmente en el cultivo del maíz, del frijol y de la calabaza y, para el vestido de lujo, en el del algodón; pirámides escalonadas, suelos cubiertos de capas de estuco, canchas de juego de pelota; libros de piel o de papel y sistemas de registro del saber y escritura; empleo simultáneo de dos calendarios que coinciden cada 52 años: solar el uno, con 365 días, divinatorio el otro de 260 días. La ausencia casi completa de animales domésticos (exceptuando el perro y el pavo) o de tracción resultó en que no utilizaran la rueda ni sus derivados. Son civilizaciones neolíticas: la metalurgia no aparece sino tardíamente, en el siglo VIII o IX, y quedará siempre restringido el uso práctico de los metales.

La península de Yucatán y Guatemala y Belize al este constituyen el núcleo del área maya, famoso por sus centenas de ciudades-estados, sus variados estilos artísticos y de arquitectura, sus complejas inscripciones glíficas en las cuales se combinan pictografía y notación fonética. Entre los sitios principales cabe mencionar Los Cerros, Lamanai, El Mirador, Tikal, Uaxactún... en el Preclásico; Tikal, Dzibilchaltún, Uaxactún, Kaminaljuyú, Copán, Quiriguá en el Clásico temprano (250-600); Tikal, Copán, Quiriguá, Piedras Negras, Yaxchilán, Palenque, Seibal, Lubaantún, Edzná, Río Bec en el Clásico tardío (600-900). Chichén Itzá, Uxmal y otros sitios de estilos Puuc y maya-mexicano pertenecen al Clásico tardío también pero al parecer sobrevivieron hasta el Postclásico temprano (900-1200).

Los edificios públicos hechos de piedra: templos-pirámides, estructuras bajas o palacios, se caracterizan notablemente por el uso de bóvedas falsas. Los relieves de estelas, altares, paneles, las pinturas murales o sobre vasijas proclaman la gloria de las dioses y de sus reales representantes sobre la tierra, en un estilo cada vez más realista y animado. Los flanquean textos que hablan de la vida del soberano y de su piedad, de sus hazañas auténticas o míticas, de sus alianzas matrimoniales. Los datos cronológicos, muy precisos, dan testimonio de unos conocimientos astronómicos asombrosos. Las vasijas pintadas con escenas al parecer prin­cipalmente míticas ilustran las aventuras de los gemelos heróicos, conoci­dos por otra parte gracias al Popol Vuh, libro fundamental de los antiguos quichés. Los mayas labraban además maravillosos jades, objetos de hueso, de pedernal o de obsidiana, modelaron el estuco y tallaron la madera en mediorrelieve.

Después de una primera fase de decadencia en varias ciudades en el siglo VI, durante la cual se erigieron pocos monumentos fechados, la civilización maya decayó brutalmente en el siglo IX, al cabo parece de guerras, tal vez de una catástrofe ecolóciga y de cun colapso demográfico aún inexplicado. Las difi­cultades cada vez más dramáticas para continuar las grandes obras de inten­sificación de la agricultura desembocaron posiblemente en hambres y revoluciones e incluso facilitaron las invasiones. En esta época se dejó sentir con fuerza el impacto de los pueblos del Altiplano mexicano y sus efectos resultaron duraderos.

Al oeste del istmo de Tehuantepec, la historia y la cronología son mucho menos conocidas. Las inscripciones son poco frecuentes y se descifran mal, a excepción de las fechas, desgraciadamente poco precisas por falta de com­puto a partir de una fecha cero. Hay que añadir que en aquellas regiones la escritura está mucho más vinculada a la imagen que entre los mayas.

Hacia el sur, Oaxaca es el país de los zapotecas y mixtecas. Tuvieron gran importancia aquellos durante la época clásica. Su ciudad principal, Monte Albán, surge alrededor del 500 a.C. y llega al apogeo entre 300 y 700 d.C. Luego declina pronto. Además de los edificios acostumbrados, erigidos en un estilo muy particular, hay tumbas subterráneas muy importan­tes cubiertas por palacios de reducido tamaño. Relieves empotrados en las paredes de las estructuras relatan las conquistas de los reyes y sus esfuerzos diplomáticos; los murales glorifican su linaje real; las urnas de barro en forma de figuras muy adornadas hacen visible el mundo sobrehumano. Tras la caída de Monte Albán otras ciudades ocupan su lugar hasta la llega­da de los españoles, como Lambityeco, Zaachilá, Yagul o Mitla. Mientras tanto se impone la influencia mixteca. La historia de los mixtecos la cono­cemos bastante bien gracias a sus manuscritos figurativos que relatan los acontecimientos de ciudades-estados como Tilantongo, Yanhuitlan, Coixtlahuaca etc.

En la civilización clásica llamada "totonaca" o de la Costa del Golfo hay menos grandes ciudades con edificios de piedra imponentes a excepción de lugares como Filo Bobos o El Tajín. Este último centro, fundado tal vez alrededor del comienzo de nuestra era, llega al apogeo siete o ocho siglos después. Sobresalen las estructuras con decoración geométrica, variada y rítmica, con juegas de luz y sombra, como en el Edificio A, una pirámide de rara belleza enteramente adornada con pequeños nichos cuadrados. Hay numerosas canchas de juego de pelota con relieves mítico-rituales. Esta cultura produjo espléndidas estatuas realistas de barro además de esculturas llamadas "yugos", "hachas" y "palmas" por su forma particular. Sorprenden estas obras por la maestría en la adaptación de la decoración a la forma .

No hay duda de que la civilización más prestigiosa del México clásico fue la de Teotihuacan. Esta ciudad ubicada en el Valle de México viene a ser sumamente poderosa en los primeros siglos d.C. A esta época pertenecen las famosas pirámides del Sol y de la Luna. Entre 300 y 600 se produce el apogeo de la ciudad. Su población alcanza posiblemente la cifra de 100.000 habitantes. El plano cuadrado, los millares de palacios y de complejos de habitación rectangulares, las majestuosas avenidas que se cortan en ángulo recto atestiguan un extremo deseo de orden y de organización del mundo. El anhelo teotihuacano era someter la aparente anarquía de la naturaleza a la cultura y a un orden divino de rigor y armonía. El arte en su totalidad responde a este deseo de formas puras, abstractas, geometrizantes. En la arquitectura a partir del siglo III en adelante, los cuerpos superpuestos de las pirámides escalonadas muestran el perfil llamado de "talud-tablero": un tablero vertical rodeado de anchas molduras descansa sobre un talud bajo. La gran escultura integrada en la arquitectura se inspira a veces con este modelo y queda de todas maneras prisionera del bloque de piedra. En cuanto a la expresión artística principal de los teotihuacanos, la pintura mural o sobre cerámica, da también la impresión de ser sumamente ordenada, constante, construida, intemporal, de escapar a la contingencia. Su contenido es religioso, como el de la escultura o la cerámica. Se representan dioses — pero enmascarados, ocultados—, procesiones de sacerdotes o de guerreros, animales mitológicos, siempre estilizados, hieráticos y estáticos, por lo menos cuando figuran en las partes principales de la composición. Evitan escenas explícitas : tenemos por ejemplo alusiones al sacrificio humano pero ninguna representación del acto. Hay ritmo, equilibrio, simetría, repetición, como si fueran letanías o incantaciones. Se introducen glifos y símbolos abstractos para enriquecer el significado. Cabe subrayar sin embargo que se echan de menos inscripciones y fechas.

Dos deidades de Teotihuacan parecen primordiales. El casi omnipresente Tláloc es el dios de la tierra y de la lluvia y el señor del Tlalocan, un paraíso donde van los difuntos elegidos por él. Se puede admitir que le relacionaban simbolicamente con la luna y la noche, vinculada ésta con la estación de lluvias, lo mismo que el Tláloc azteca de quien recibió su nombre. Algunos murales y principalmente los relieves de la pirámide de Quetzalcóatl le asocian intimamente la serpiente emplumada cuyo papel en la metrópoli debió de ser de primera importancia. Dicha pirámide, construida en el siglo II, se encuentra en el corazón de la "Ciudadela", un complejo que se puede suponer era el centro administrativo de la ciudad. Está flanqueada por dos palacios, posiblemente los de los dos reyes de la ciudad si es que en aquella época, como lo fue más tarde, el poder era bicéfalo, con un rey asociado al día, al sol, a los asuntos exteriores y a la guerra, y el otro a la noche, la tierra, la luna y los asuntos internos. Posiblemente el edificio con su ornamentación de serpientes enplumadas cuyas cabezas alternan con caras de Tláloc, simbolizaba la unión de los contrarios: del cielo azul representado por la serpiente de plumas de quetzal y de la tierra-noche.

Teotihuacan era el centro de un extenso imperio. Su influencia llegaba hasta los confines del mundo mesoamericano. Se crearon variaciones del talud-tablero en Oaxaca, en el Valle de Puebla, en Michoacán y en la Costa del Golfo. Eran estrechas las relaciones con la Costa y Monte Albán. Sin embargo es en el área maya donde se produjo el impacto más fuerte, en par­ticular en las Tierras Altas que fueron al parecer una verdadera colonia de Teotíhuacan.

La metrópoli fue asolada en el siglo VII y su centro quemado; desde entonces declinó continuamente pero dejó huellas duraderas en el recuerdo. Por eso varios pueblos más recientes, como mexicas, totonacas, mixtecas y mayas quichés, dan comienzo a su historia alrededor del  700 d.C. Es además en las ruinas de Teotihuacan donde el mito sitúa la creación de la presente era.

La caída de Teotihuacan permitió un gran florecimiento de ciudades como Cho­lula y El Tajín. Y por primera vez fueron los mayas los que influyeron en los mexicanos. No hay duda alguna de que Xochicalco (Morelos) y Cacaxtla (Puebla) tuvieron relaciones continuas con la brillante civilización oriental. Cacaxtla fue incluso ocupada en el siglo VIII por un grupo de invaso­res mayas. La simbiosis de los autóctonos mexicanos con los advenedizas generó la conocida división bipartita del poder entre los invasores y los autóctonos, diarquía magistralmente ilustrada en los murales de estilo maya del Edificio A. Es cierto que los glifos son mexicanos pero el hecho se explica puesto que estaban destinados a un público autóctono. Se ve por un lado un rey maya disfrazado de águila y llevando su típica barra ceremonial; está relacionado con la luz, el sol — incluso lleva el nombre calendárico des sol entre les mexicas, 13 Caña —, la estación seca, el maíz maduro que se cosecha al comienzo de la temporada y sobre todo con la serpiente emplumada. Por otro lado tenemos un rey con rasgos indudablemente mexicanos. Va vestido de jaguar y se le asocia a la lluvia, a Tláloc, al planeta Venus, al maíz tierno y a la serpiente-felino. Se puede suponer que éste se ocupaba de los autóctonos y aquél de los asuntos internacionales.

En Xochicalco también la serpiente emplumada juega un papel de primera importancia en los relieves del edificio principal. Ahora bien, no está asociada al día, como en Cacaxtla, sino al alba, simbolizada aquí por el glifo 9 Ojo de Reptil, nombre calendárico de la estrella matutina.

Hacia el setecientos se producen los comienzos de Tula (Hgo), al noroeste de la ciudad de México. Es cerca de esta ciudad donde más tarde los aztecas hicieron nacer su dios solar, Huitzilopochtli, y su nueva edad. Era esta también la urbe que consideraron como la espléndida y legendaria Tollan, la capital de los toltecas. Llegó a su apogeo entre el 900 y el 1100 d.C., luego declinó y fue saqueada, quizá por invasores bárbaros o "chichimecas". Las ruinas de Tula carecen de la majestad y la amplitud de las de Teotihuacan. Los relativamente pocos edificios públicos son menos ambiciosos, la calidad de la escultura deja que desear, la cerámica es más bien pobre. En una palabra, estamos lejos de las ditirámbicas descripciones de los toltecas creadores y dueños de todas las artes. La temática de los relieves se relaciona con la guerra y el sacrificio humano: hay procesiones de guerreros o de águilas y tigres comiendo corazones humanos, culebras tragando esqueletos, pájaros-serpientes-felinos tragando o devolviendo calaveras. En pleno relieve destacan esculturas funcionales como atlantes o portaestandartes y altares de sacrificio de un tipo particular, en forma de personaje semi-recostado, arbitrariamente llamados chacmooles.

Las mismas características del arte y de la arquitectura de Tula se encuentran a mil kilómetros de allí, en Chichén Itzá, en el norte de Yucatán. Pero es en Chichén donde el estilo llegó a su cúspide después de una evolución que al parecer no se conoce en Tula. Surge entonces la pregunta: ¿ qué ciudad influyó a la otra ? ¿ Debemos atribuir los rasgos mexicanos de Chichén a una influencia de Teotihuacan, siendo Tula una copia tardía de Chichén o será al contrario ? Es un problema muy discutido y crucial. Digamos desde ahora que para solucionarlo es preciso que se hagan varias nuevas excavaciones, llevadas a cabo con el imprescindible rigor científico y desprovistas de cualquier idea preconcebida.

La caída de Tula alrededor del 1200 marca el fin del Postclásico tem­prano. Entran luego en la escena del Altiplano los invasores nómadas o seminómadas llamados chichimecas, por lo menos a cuenta de las fuentes escritas. Asolan la tierra, luego se asientan y se aculturan, fundan ciudades o se apoderan de ellas. Quizás se organizan primero en forma de imperio y luego en pequeños reinos. En adelante les llamaremos aztecas, según el nombre de la isla mítica de donde se dice que salieron, Aztlan.

Los mexicas fueron los últimos aztecas-chichimecas en arribar al Valle de México. Sus tradiciones relatan que después de su salida de Aztlan, erraron durante siglos guiados por su dios protector, el Colibrí zurdo. Les prometió una tierra desde donde dominarían al mundo. Tras muchas desventu­ras, tuvieron por fin en la laguna del Valle la visión del águila comiéndo­se a una culebra sobre un nopal. Era la señal de la tierra prometida: allí debía fundarse su ciudad: Mexico Tenochtitlan. Poco después, otro grupo mexica fundó la ciudad-hermana de Tlatelolco.

Estamos en el siglo XIV. El Valle estaba entonces dominado por los te­panecas de Azcapotzalco, los cuales acababan de eliminar a sus principales oponentes, los acolhuas, en el lado oriental del Valle. Siempre según sus relatos, primero los mexicas sirvieron bajo los órdenes de los tepanecas, lo que no les impidió eligir un gobernante en la casa reinante de la vecina ciudad de Colhuacan, cuyos reyes eran supuestamente de la dinastía de Tollan y por lo tanto herederos legítimos del imperio tolteca.

Los mexicas se acordaron de las promesas de su dios. Fueron guerreros tanto más temibles cuanto se consideraron los encargados de una misión cósmica. A ellos les pertenecía la tarea de asegurar la marcha del univer­so, el curso diario del sol y la fertilidad de la tierra, la alternancia del día y de la noche, de la estación seca y de la de las lluvias. Por ello debían sin cesar alimentar al sol y a la tierra con corazones y sangre humanos, y para conseguir víctimas que sacrificar era preciso hacer la guerra.

En los principios del reino de Itzcóatl, en 1428, se presentó una opor­tunidad única para sus deseos hegemónicos. Apoyaron a los acolhuas en su lucha contra Azcapotzalco y con la ayuda de fuerzas del valle de Puebla consiguieron aniquilar a los tepanecas y apoderarse de su reino. Con Tex­coco y Tlacopan, una pequeña ciudad tepaneca, formaron una Triple Alianza en la cual se reservaron la mejor parte. Se lanzaron a la conquista del mundo y las victorias fueron continuas. Itzcóatl y sus sucesores, Moteczuma I, Axayácatl, Tízoc, Ahuítzotl y Moteczuma II sometieron los últimos esta­dos independientes del valle y los valles circundantes, conquistaron las tierras zapotecas y mixtecas, el Guerrero y la Costa del Golfo y siguieron hasta los límites del área maya. Resistió el poderoso reino tarasco al occidente y subsistieron algunos señoríos libres en el imperio, por ejemplo la "república" de Tlaxcala, ligada con Mexico desde los años 1450 por un acuerdo según el cual los dos estados no lucharían sino en "guerras flori­das" destinadas a asegurarse mútuamente el abastecimiento regular de cautivos que sacrificar.

Las consecuencias del acuerdo fueron catastróficas. A los tlaxcaltecas les resultó cada vez más difícil respetar los términos del mismo a medida de que aumentó el poderío mexica y acabaron por estar rodeados por todas partes. Por último se aliaron con Cortés para aniquilar el imperio y asolar su orgullosa capital, que se había convertido en una metrópoli más impor­tante que Teotihuacan en su apogeo.

 

El calendario mexicano

 

Antes de terminar este resumen del pasado mesoamericano, hace falta explicar los mecanismos del sistema de computo del tiempo. Una característica de estas civilizaciones es el empleo simultáneo de dos calendarios. El primero, llamado xiuhpohualli, "cuenta de los años" era solar y constaba de 18 "meses" de 20 días cada uno. Se sumaban cinco epagómenos nefastos, los nemontemi, para llegar al total de 365 días. El otro ciclo, el tonalpohualli o "cuenta de los días", se dividía en 13 veces 20 días o sea 260. Cada día de la serie de 20 tenía su nombre o signo. Entre los aztecas los nombres eran los siguientes:

cipactli (cocodrilo), ehecatl (viento), calli (casa), cuetzpallin (lagarto), coatl (culebra), miquiztli (muerte), mazatl (venado), tochtli (conejo), atl (agua), itzcuintli (perro), ozomatli (mono), malinalli (hierba seca), acatl (caña), ocelotl (jaguar), cuauhtli (águila), cozcacuauhtli (zopilote), ollin (movimiento), tecpatl (pedernal), quiahuitl (lluvia), xochitl (flor).

 

      Soustelle (1940: 80) explica breve y claramente el funcionamiento de la cuenta de los días: "Estos signos se suceden indefinidamente, siempre con el mismo orden sin ninguna clase de interrupción. Con cada signo se relaciona una cifra pero la serie no llega más allá del 13. Consecuentemente si se comienza por 1 cipactli se llega a 13 acatl y se continúa por 1 ocelotl, etc., ... sin ninguna interrupción. Como 20 no es divisible por 13, la fecha 1 cipactli no volverá sino al cabo de (13x20) o sea 260 días. [...] Es preciso acordarse de que la continua sucesión de las fechas del tonalámatl y la de las fechas del año solar no tienen influencia recíproca alguna. Son dos series paralelas indefinidas. Se puede designar cada día por referencia a los dos sistemas: por ejemplo, 8 cipactli 3 toxcatl, es decir 8° día de la serie de 13, día cipactli, tercer del mes toxcatl, igual que nosotros decimos: lunes, 4 de enero."  Hay que precisar que el doble método para ubicar el día sólo está comprobado antes de la Conquista entre los mayas y los zapotecas. En el Altiplano mexicano se designaban los días únicamente por su nombre y su cifra. Faltan glifos de veintenas ("meses") tanto en las fuentes epigráficas como en los códices precortesianos.

 

Cuadro I. El tonalpohualli

 

 

 

  cipactli (cocodrilo)

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

  ehecatl (viento)

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

  calli (casa)

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

  cuetzpallin (lagarto)

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

  coatl (serpiente)

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

  miquiztli (muerte)

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

  mazatl (venado)

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

  tochtli (conejo)

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

  atl (agua)

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

  itzcuintli (perro)

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

  ozomatli (mono)

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

  malinalli (hierba)

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

  acatl (caña)

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

  ocelotl (jaguar)

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

  cuauhtli (águila)

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

  cozcacuauhtli (zopilote)

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

  ollin (movimiento)

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

  tecpatl (pedernal)

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

  quiahuitl (lluvia)

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

  xochitl (flor)

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

 

 

         Sigamos con Soustelle el análisis del calendario. El número de días del año solar menos los nemontemi, es decir 360, es divisible por 20. Resulta que el primero de los cinco días acíagos lleva el mismo signo que el pri­mer día del año. Pero dado que en cada año entran 5 días intercalados, el primer día del año se desplaza cinco unidades con referencia al año anterior. Veinte es divisible por 5 (cociente: 4); desde luego no hay más que 4 signos sobre los 20 del tonalámatl que pueden marcar el principio de año: son los signos acatl, tecpatl, calli y tochtli. Se los llaman los "portadores del año".

A estos portadores del año les corresponde una cifra tomada de la serie de trece. Se necesitarán (4 x 13=) 52 años para encontrar la misma cifra con el mismo signo. Es el período que llamamos el "siglo" indígena y que para los mexicanos era el xiuhmolpilli, la "anudación de los años" (Soustelle 1940: 80-81). Los nombres de los años eran, pues: 1 acatl, 2 tecpatl, 3 calli, 4 tochtli, 5 acatl ...

Cada 52 años comenzaba de nuevo la misma serie. Entre los mexicas y otros pueblos el "siglo" comenzaba por 2 acatl. Un mismo año se repetía cada 52 años : por eso 1 acatl podía corresponder a 1519, 1467, 1259 o 999 por ejemplo. Los antiguos mexicanos no utilizaban la "cuenta larga" de los mayas que permitía definir la posición de cualquier año a partir de un punto de partida convencional, un "año cero". Más adelante trataré de nuevo de las desventajas de este sistema.

(El Cuadro II muestra cómo se combinaban las cuentas de los días y del año para un año determinado.)

 

                                            Cuadro II. Año 2 Acatl

 

ocelotl

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

cuauhtli

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

cozcacuauhtli

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

ollin

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

tecpatl

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

quiahuitl

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

 

xochitl

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

 

cipactli

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

 

ehecatl

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

 

calli

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

 

cuetzpallin

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

 

coatl

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

 

miquiztli

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

 

mazatl

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

 

tochtli

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

 

atl

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

 

itzcuintli

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

 

ozomatli

11

5

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

 

malinalli

12

6

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

 

acatl

13

7

1

8

2

9

3

10

4

11

5

12

6

13

7

1

8

2

 

 

Siguiendo los mexicas, es pues con Tula y con el Postclásico temprano con lo que los historiadores modernos suelen relacionar a Tollan, a los toltecas y a su extraordinario dios-rey Quetzalcóatl. Pero, ¿ qué ocurrió exactamente en Tollan y quién era la Serpiente (cóatl) [de plumas verdes del ave] Quetzal ? ¿ Debe considerarse como un personaje histórico o mitológico ? Esta es la pregunta principal a la cual hará falta encontrar una respuesta en este trabajo. Mientras tanto, veamos cómo se presentan los acontecimien­tos en la Relación de la genealogía, fuente antigua que pretende relatar brevemente lo esencial:

 

TEXTO 2. Relación de la genealogía

1941: 240-44 (resumen):

 

El autor comienza diciendo que omite las fábulas sobre la creación del mundo. Sigue explicando que la tierra estaba poblada desde hacía 765 años, o sea a partir de 765 d.C. más o menos, teniendo en cuenta que el texto está fechado en 1530-1532. Once años después, la mayor parte de los habitantes se fueron a Colhuacan o Teocolhuacan. Los que se quedaron eran salvajes, chichimecas. Diez y siete años después, los colhúas de Colhuacan, civilizados, escogieron un señor llamado "Totehéb" [es decir Totepeuh, "Nuestro cerro" o, tal vez, "nuestro conquistador", que reinó durante 56 años. Totepeuh fue muerto por un pariente suyo, Atecpanécatl o Apanécatl, mas dejó un hijo, Topiltzin, "Nuestro príncipe", es decir Quetzalcóatl. Buscó éste los huesos de su padre, a quien veneraba mucho, y después de descubiertos los enterró en un templo construido a tal efecto. Allí fue atacado por el irritado usurpador pero le dio un empujón y lo arrojó de la pirámide. Topiltzin reinó durante 16 años sobre los colhúas que lo querían mucho. Luego decidió marchar hacia el México central. Al cabo de largas peregrinaciones los colhúas, con artesanos de toda clase, fundaron primero Tulancingo y luego, cuatro años después, Tula, que llegó a ser la capital del imperio tolteca. Allí tuvieron principio los sacrificios de codornices, culebras y mariposas. Los introdujeron los colhúas (toltecas) que veneraban a Huitzilopochtli y Tezcatlipoca. Diez años más tarde Topiltzin fue incitado por dioses u hombres a sacrificar seres humanos. No quiso, le desterraron y fue a Tlapallan con sus partidarios. Falleció al cabo de dos años. Tula estuvo 97 años sin señor. Luego Huémac, del linaje de Topiltzin, fue escogido rey. A los 72 años apareció un inmenso fantasma. Estaban todos tan espantados que ninguno quiso quedarse en Tula. Huémac huyó con sus partidarios y desesperado se ahorcó en Chapultépec. Los demás habitantes eligieron rey a un cierto "Nahuinci" que reinó 60 años y fue hacia México. Le sucedió "Cuauhtepetlaci". Fundó la ciudad de Colhuacan en el sur del Valle de México (ver Textos 10, 46, 96, 127, 144).

 

 

Esta es la trama de la "historia" tolteca. El relato parece relativamente claro y plausible; por eso sirvió a menudo de base para las reconstituciones de los historiadores. Le falta sin embargo el tono acostumbrado de las crónicas mesoamericanas, que suelen dar más importancia a lo divino y maravilloso. Pero es a propósito. El documento fue redactado a petición de Juan Cano, un conquistador casado con una hija de Moteczuma. Quiso probar la legitimidad del poder del difunto emperador para apoyar sus demandas de restitución de bienes. No hay duda de que en estas condiciones se habrá eliminado cual­quier elemento que pudiese perjudiciar la verosimilitud del relato.

Hay una cantidad impresionante de testimonios distintos, pero desgracia­damente provienen todos de crónicas de la época colonial, como la Historia de los Mexicanos por sus pinturas, la Historia de Mexico, los Anales de Cuauhtitlan, la Historia tolteca-chichimeca, las obras de Sahagún e Ixtlilxóchitl y otras varias, sin olvidar los testimonios mayas. Confirman a grandes rasgos la versión de la Relación pero son tan diferentes en los detalles que parece vano cualquier intento de reconstitución de la "verdadera historia" tolteca.

Topiltzin Quetzalcóatl, llamado Kukulcan, Ahpop, Nácxitl y Gugumatz entre los mayas, identificado con Tohil y sin duda con Xbalamqué por los quichés, era conocido también bajo los nombres de Ce Acatl, Meconetzin, Te­peuhqui, "Orchilobos" o "Guatezuma", sin olvidar Siratatapeci entre los tarascos. Dicen varias fuentes que fue desterrado por Tezcatlipoca, que algunos cronistas asimilan a Huémac mientras que para otros es Topiltzin el que se confunde con Huémac y según otros más Topiltzin fue expulsado por Quetzalcóatl ... A Huémac le presentan como coetáneo de Quetzalcóatl o como su sucesor más o menos directo, incluso en ocasiones confundiéndolo con él. Para los mexicas era uno de sus guías durante las peregrinaciones. La madre del dios-rey se llamaba Chimalman, Coacueye, Coatlicue o Cihuacóatl. Su padre era Totepeuh, o Mixcóatl, o Papantzin, o "Orchilobos", aunque también decían que su madre fue fecundada por una piedra preciosa, pero "los tultecas dicen, que de este parto nació Huitzilupuchtli" (Torquemada VI c.45; 1723, 2: 80). Según Ixtlilxóchitl, Quetzalcóatl vivió en la tercera edad y Topiltzin en el siglo X. Chimalpahin lo coloca en el siglo XI pero otras fuentes en el siglo VIII o IX. Los mayas mencionan individuos llamados Kukulcan que habrían llegado del Occidente hacia el 800, el 1000 o el 1200. Sin embargo, Oviedo opina que Guatezuma vivió en la época de los mexicas.

Según algunos Topiltzin se opuso a los sacrificios humanos pero según otros los introdujo. Se le presenta como modelo de todas las virtudes pero los yucatecos le reprochaban haber traído todos los vicios (Relaciones de Yucatán, ver Tozzer 1941: 22-23).

Desterrado de Tollan o de Tula, habría marchado hacia el este y habría desaparecido en el mar o se hubiera sacrificado en una hoguera, pero según otros llegó a Yucatán y volvió después a Mexico. Por último, se asocia a Quetzalcóatl o con los orígenes, o con el fin, o al mismo tiempo con los orígenes y el fin de un imperio que de acuerdo con las fuentes hubiera existido menos de dos o más de cinco siglos (Davies 1977: 173), siendo las fechas extremas aproximadamente del 600 al 1200 d.C. — o sea, el tiempo de una era cósmica, la del Cuarto Sol anterior a la era azteca.

No están más claras las cosas en cuanto a Tollan, el "Lugar de los juncos". El fundador de esta ciudad de inaudita riqueza habría sido Quetzalcóatl. ¡ Pero también se dice que reinó en Mexico y que fundó Tlaxcala, Huexotzinco y Cholula ! Y ¿ dónde se hallaba Tollan ? ¿ Era Teotihuacan, como lo afirma la Historia del Señorío de Teotihuacan, esta metrópoli opulenta calificada también de ciudad sagrada de los toltecas por Ixtlilxóchitl y Torquemada ? ¿ O como lo dicen las inscripciones mayas de ciudades como Tikal en los siglos IV y siguientes ? Lo sugieren la importancia del lugar, la magnitud de sus pirámides y el esplendor de sus palacios adornados de pinturas de caracoles, de plumajes y procesiones de sacerdotes y dignatarios. Pero en el Mapa Quinatzin, el glifo "juncos" está vinculado con Colhuacan y en el Códice Sierra, designa a Tenochtitlan. Chalco y Cholula también eran llamados Tollan ya que, explica Gabriel de Rojas (c.13; 1985: 128), Tollan puede referirse a una "congregación de oficiales de diversos officios". Era a Tollan a donde viajaban los quichés para recibir de Nácxitl las insignias del poder. Empero, ¿ qué relación existe entre esta Tulan de los quichés y la Teotihuacan a donde iban los pueblos salidos de Tamoanchan para eligir y enterrar a sus reyes ? Para los mayas de las Tierras Altas guatemaltecas, "Tulan" era la ciudad de donde salieron antes que existiese el sol. La llamaban también "Siete Cuevas". Esta "Tulan" se hallaba al oeste o al este y en los Anales de los cakchiqueles (1950: 48) se menciona una "Tulan" en el oriente, otra en occidente, una tercera en Xibalbá, es decir en el inframundo, y una cuarta "donde está Dios".

    O también Tollan corresponde a aquella Tula "a doce leguas" de Mexico de la cual habla el autor de la Relación de la genealogía..., es decir, Tula Xicocotitlan, mencionada expresamente en el Códice florentino. Era a las ruinas de esta ciudad — la actual Tula de Allende (Hidalgo) — donde los mexicas iban en busca de reliquias toltecas. Allí se erguían, afirman los informantes de Sahagún, las famosas columnas en forma de serpientes. Los arqueólogos encontraron columnas de este tipo en Tula. Otras semejantes se encuentran hoy en día en Chichén Itzá.

Concluyendo : nada está claro en cuanto a Quetzalcóatl y los toltecas. Las fuentes son pocas y contradictorias, por lo que surge la inevitable pregunta : ¿ pretenden transmitir datos históricos y, más en concreto, historia tal como la entendemos nosotros ? Examinemos lo que han opinado al respecto los investigadores.

 

 

Interpretaciones modernas

 

Durante mucho tiempo no hubo duda alguna acerca de la autenticidad histórica de Quetzalcóatl y de los toltecas. Al comenzar las primeras exploraciones y excavaciones, los estudiosos estaban convencidos de que en­contrarían la confirmación de los anales antiguos. Se descubrieron ruinas importantes y un santuario con columnas ofidiomorfas allí mismo donde los informantes de Sahagún ubicaron la antigua Tollan, en Tula Xicocotitlan. Désiré Charnay (1885) hizo excavaciones en Tula en los años 1860 e insistió en las no pocas similitudes entre esta ciudad y Chichén Itzá en el área maya. Sabemos que al término de su reinado Topiltzin se fue al oriente con sus partidarios y que las crónicas de Yucatán hablan de la llegada de un Serpiente Emplumada", Kukulcan. Los innegables paralelismos entre las dos ciudades fueron desde entonces la clave de cuantas interpretaciones historicistas se hicieron del ciclo tolteca.

Al iniciarse el estudio verdaderamente científico de las antigüedades mexicanas, hace poco más de un siglo, los investigadores se dividieron en dos campos. Unos se entregaron al escepticismo mientras que los otros se empeñaron en formular una reconstitución histórica a partir de los confusos datos. [3]

El método de Daniel Brinton (1882, 1887) es claramente comparatista. Para él, Quetzalcóatl es totalmente mítico. Es el creador que conduce la lucha contra las tinieblas. Es el dios del día y del viento al que vence su hermano enemigo, el oscuro Tezcatlipoca. La cabecera de su imperio, Tollan, no es sino Tonallan, el Lugar del Sol. Si los cakchiqueles sitúan Tulan simultáneamente al este, en el cénit, al oeste y en el nadir, es porque son los puntos principales de la orbe solar. La tierra de origen de los toltecas y donde Topiltzin acaba por desaparecer, Tlapallan, es la "Ciudad del Sol" y si el dios se dirige ahí es porque le llama el astro. Por último, Topiltzin es un héroe civilizador equiparable en todos los puntos con Itzamná o Viracocha o tal o cual figura de los mitos chibchas o algonquinos. Ahora bien, pese a algunas observaciones excelentes, el comparatismo demasiado superficial de Brinton le impidió elucidar las múltiples contradicciones del dios.

Por más que hizo Chavero (1887) en clamar que Quetzalcóatl existió realmente y que fue un reformador opuesto a los sacrificios humanos y des­terrado por la reacción, ya no se aceptaba la historicidad de los toltecas. Uno de los más grandes mexicanistas, el alemán Eduardo Seler (1902-23, 3: 333-51; 4: 98-156, 341-51) les concede efectivamente una base real: los toltecas eran de habla náhuatl y se marcharon al este. Ahora bien, en Yucatán la influencia mexicana es indudable. Pero a pesar de ello considera la historia de Quetzalcóatl como "el mito principal de los antiguos mexicanos". ¿ Los textos describen Tollan como una ciudad de abundancia, la cuna de la civilización y el lugar de origen de varios pueblos ? ¿ Sus habitantes eran piadosos e incansables ? Es porque hay que ver en ella el paraíso original del oeste, Tamoanchan, el lugar de procedencia de la vida, del maíz, de las riquezas y de la humanidad. Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl es el primer hombre, el creador, el civilizador que se sacrifica en una hoguera para convertirse en la primera estrella. Muy atento a las oposiciones binarias que observa tan frecuentes en los códices por ejemplo, Seler comprende que hay que entender Quetzalcóatl en oposición a Tezcatlipoca, su contrapartida nocturna. Si uno es la estrella de la mañana, el otro es la estrella de la tarde. Si el Espejo humeante es además el sol poniente y la luna joven del oeste, Quetzalcóatl es por lo tanto el sol saliente y la luna menguante, hasta que se convierta en Venus. Tollan está al oeste porque es donde crece y triunfa la luna joven, Tezcatlipoca.   

Seler califica la marcha de Quetzalcóatl de mito lunar típico. Lo mismo que la luna menguante, el dios camina al encuentro del sol y muere en los rayos del sol saliente. Está representado como viejo y enfermo, conforme a la luna menguante o a Tláloc, el dios telúrico cuyo paraíso está en o sobre la luna. Está relacionado igual que Tláloc con el jade y los caracoles y los toltecas incluso llevan caracoles como de sombreros. Si se dice que Quetzalcóatl debe volver del occidente metamorfoseado en niño, es porque la luna muere y renace. La extraordinaria velocidad de los toltecas se explica por el hecho de que la luna anda rápidamente entre las estrellas y no porque los toltecas fuesen los rayos del sol, como lo creyó Brinton.

A primera vista todo eso parece confuso y arbitrario, tanto más cuanto que está condensado en exceso. Sea lo que fuere, Seler no pretende explicar sino a grandes rasgos los hechos y deja muchos aspectos en la sombra. Por ejemplo, no concede la debida atención al joven Quetzalcóatl de los comienzos del imperio tolteca, al héroe que venga a su padre asesinado. Era hijo de su tiempo, al igual que Brinton y otros escépticos, particularmente Preuss (1904, 1908, 1930) y Spence (1913, 1923). Al empezar el siglo XX, el naturismo seguía de moda en la ciencia de las religiones. Se creía que la función principal de la mitología era traducir y explicar los movimientos de los astros, sus relaciones mutuas, los fenómenos meteorológicos y estacionales etc. Una vez establecida la identificación con un astro o con alguna que otra fuerza natural no había otra cosa que añadir. Pero incluso desde este punto de vista y por imponente que fuese su erudición, Seler se expone a la crítica. No es explicar el movimiento de los astros, hacer de Topiltzin sucesivamente el sol, la luna y Venus. ¿ Cuál es el significado de tales transformaciones sin base alguna en la naturaleza ? ¿ Cuál es la deidad a la que corresponde el sol naciente en cuyos rayos perece Quetzalcóatl ? Sin embargo, las interpretaciones de Seler no dejan de tener elementos interesantísimos. El análisis de los textos mostrará que había visto o vislumbrado la verdad en muchos puntos : las metamorfosis astrales de Serpiente Emplumada, sus lazos con Tláloc, el hecho de que hay que entenderlo en oposición a Tezcatlipoca, Tollan como paraíso original... Pero padeció excesivamente del descrédito del naturismo. Se ha probado desde entonces que la mitología astral es aquello por lo que se explica otra cosa y que no es sino un código entre otros. Ahora bien, si hay una región en donde predominen los códigos astrales, es indudablemente en Mesoamérica.

El escepticismo perdió rápidamente terreno por sus vínculos con el naturismo y porque cada vez se realizaban más excavaciones. Los arqueólogos y los historiadores se preguntaban si Tollan debía asociarse con la esplendorosa Teotihuacan, donde está bien comprobado el culto de la serpiente emplumada y donde parecía ausente — o, mejor dicho, no se quería ver — cualquier huella de militarismo y de sacrificio humano, o si no con Tula que, aunque mucho menos importante que Teotihuacan, sí presenta asombrosas semejanzas con Chichén Itzá. Gamio (1922) hizo excavaciones en Teotihuacan y concluyó que era ésta la antigua capital de los toltecas, los cuales más tarde la habrían abandonado y se habrían asentado en Tollan que quedó asociada con ellos en la memoria. Krickeberg (1918) y varios otros sabios opinaban en favor de Tula. Acosta (1940) inició excavaciones en este sitio y encontró una cultura muy distinta de la de Teotihuacan. Afirmó que se trataba de la auténtica cultura tolteca. Hubo discusiones animadas, en particular con motivo de la reunión de la Sociedad Mexicana de Antropología en 1941. Apoyados en sus argumentos arqueológicos, topográficos, toponímicos e históricos, Acosta y Jiménez Moreno consiguieron una ventaja tan decisiva como injusta. Votaron, y la mayor parte de los estudiosos se pronunciaron a favor de Tula, generalmente considerada desde entonces como el Tollan de los toltecas, pese a que algunos investigadores irreductibles nunca rindieron las armas.

Argumento principal de los partidarios de Tula es siempre la similitud entre este centro y Chichén Itzá. La arqueología parecía confirmar las fuentes escritas. Por eso, éstas merecían más crédito. Y para poder reconstituir los hechos bastaba identificar los documentos más fidedignos y despojarlos de sus proliferaciones míticas... Por lo menos era lo que opinaban los historiadores de entonces.

Wigberto Jiménez Moreno (1941, 1966, 1967), historiador honrado, propuso una reconstitución histórica pormenorizada. En un año 1 Pedernal llegaron al Valle de México tribus toltecas-chichimecas formadas de nahuas y otomíes oriundos de regiones de Zacatecas y Jalisco. Dicho año correspondería al 752 según los Anales de Cuauhtitlan pero... ¡ el autor agrega tres ciclos de 52 años para llegar al año 908, más conforme con ciertos datos mayas tal como se les suele interpretar ! El imperio tolteca fue fundado por el jefe de los toltecas-chichimecas, Mixcóatl, llamado también Mixcoamazatzin, "Serpiente de nubes-Venado", o Totépeuh, "Nuestro Conquistador", el cual fue divinizado por la posteridad. Se casó con Chimalman y tuvieron un hijo, Topiltzin, mas Mixcóatl fue asesinado antes de que aquél naciera. La capital del imperio era Colhuacan.

De acuerdo con ciertas tradiciones modernas de Tepoztlan, Topiltzin fue educado en alguna parte del estado de Morelos. Creció adorando a Quetzalcóatl, originalmente un dios del agua. Llegó a ser sacerdote del dios y tomó su nombre. Buscó los restos de su padre y habiéndolos encontrado, los enterró en el Cerro de Mixcóatl, "hecho que fue adornado con elementos mitológicos". Recuperó el trono usurpado por los asesinos de su padre y trasladó la capital al norte, a Tollan-Tula, acaso por la presión de los olmecas históricos. En Tula, Topiltzin Quetzalcóatl procuró imponer un culto nuevo sin sacrificios humanos. Fueron sus más fervientes partidarios los nonoalcas, pipiles de Coatzacoalcos y descendientes de los nahuas de Teotihuacan, emparentados con los mazatecas. Mientras duró la armonía entre toltecas-chichimecas y nonoalcas prosperó la teocracía de Tollan. Pero al final los toltecas-chichimecas que rendían culto a Tezcatlipoca, el dios de Mixcóatl, se rebelaron. Topiltzin tuvo que huir, en el 987 o el 999 d.C. Abandonó la ciudad y se fue a Chichén Itzá con sus partidarios. Falleció en el 999 dado que su muerte estaría relacionada con un eclipse solar — no sé en qué fuente — y hubo un eclipse en el año mil.

La marcha de Topiltzin significó el fin del imperio tolteca. Uno de sus sucesores, Huémac, abandonó Tollan hacia 1168, sin duda a causa de la llegada de invasores como los chichimecas del rey Xólotl. Huémac estableció su cabecera en Chapultepec hasta 1174. Ciertos toltecas-chichimecas se quedaron en Tula por algun tiempo antes de dispersarse hacia Cholula, Colhuacan y otros lugares.

Por sorprendente que sea, la influencia de Jíménez Moreno y de lo que aparece como una verdadera novela fue importante desde el principio y siguió siéndolo mucho tiempo. Eran pocos los que se atrevían a negar la historicidad de Quetzalcóatl. Sin embargo, abundan los motivos de escepticismo. Acosta (1956-57, 1976) por ejemplo se asombra justamente de la ausencia de representación alguna de Tezcatlipoca o de metales en la capital de un pueblo que, según las crónicas, habría inventado la metalurgia. Además, está bien comprobada la existencia de sacrificios humanos en la ciudad y hay más pruebas aún en Chichén Itzá, donde se habrían refugiado Topiltzin y sus partidarios opuestos a los sacrificios humanos. Pero a pesar de estos argumentos Acosta acepta las interpretaciones de Jiménez Moreno. Hay que darse cuenta de que la reconstitución no explica los aspectos contradictorios de Quetzalcóatl y tampoco las contradicciones entre las fuentes. Subsisten las incertidumbres hasta el punto que pueden defenderse interpretaciones muy diferentes. Paul Kirchhoff (1940, 1955, 1961), otro historiador muy bien considerado, analiza los documentos con el mismo esmero que Jiménez Moreno pero disiente de él en muchos aspectos. Primero observa que Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl está presentado ora como uno de los primeros soberanos de Tula, llegado al poder 159 o 169 años antes de la caída de Huémac, ora como uno de los últimos y coetáneo de Huémac. La incoherencia se explicaría por el supuesto olvido por los cronistas de la existencia de cuentas del año diferentes según las ciudades y según las fuentes (véase más adelante). El autor intenta luego demostrar que Quetzalcóatl y Huémac eran contemporáneos. Ambos habrían sido sacerdotes personificadores del dios Quetzalcóatl. Tezcatlipoca y sus acólitos consiguieron que faltaran a sus deberes de continencia sexual para desacreditarlos y poder introducir los sacrificios humanos. Quetzalcóatl y Huémac tuvieron que dejar sus cargos sagrados, pero mientras que el primero se marchó, el otro llegó a ser rey secular. Kirchhoff concluye que en realidad sólo se conoce la historia del fin de Tollan.

En Kirchhoff también se inspiraron muchos, hasta el grado de que ciertos historiadores se esforzaron más en conciliar su interpretación con la de Jíménez Moreno que en ahondar en las fuentes. Se propusieron otras reconstituciones, meras variaciones sobre los mismos temas, combinaciones de elementos supuestamente más fidedignos por ser más plausibles o proceder de fuentes consideradas como mejor informadas[4]. Hay que destacar la tesis doctoral de Henry B. Nicholson (1957, 2001) que conjetura que Quetzalcóatl fue "muy probablemente una figura histórica auténtica que jugó un papel de primer plano en una fase antigua de la historia tolteca". Más tarde fue confundido con Ehécatl)Quetzalcóatl, deidad de la fertilidad, de la lluvia, del viento y de la creación. Después de vengar a su padre asesinado, se ha­bría convertido en el jefe secular y espiritual de un grupo asentado en Tollan. Habría intentado reformas importantes, también en el plano de la religión, pero habría sido exiliado de la ciudad. Desafortunadamente Nicholson excluyó de su tesis, una antología de las fuentes escritas, "la figura sobrenatural", es decir el dios, para concentrarse sobre "el hombre", y eso a pesar del hecho de que "los dos están mezclados de manera casi inextricable". Quiso encontrar un hombre y lo encontró…

Nicholson ubica Topiltzin al comienzo de la historia tolteca, como lo hizo Jiménez Moreno. En un libro más reciente de Nigel Davies (1977) en cambio, Quetzalcóatl y su padre Mixcóatl están relegados al término de la historia de Tollan, en el siglo XII. En esta época se habría originado un conflicto interno en la ciudad principalmente por motivos religiosos. La mayor parte de nuestras informaciones referentes a los toltecas se vincularían con esta época final; para los siglos anteriores serían más bien inciertas. Davies acaba también con las largas listas de reyes atribuidos a Tollan. Opina que muchas veces se trata de proyecciones en el pasado de dinastías de Colhuacan. Sin embargo el mayor mérito de su obra erudita, pormenorizada y de difícil lectura, en la que se esfuerza en tomar en cuenta los datos arqueo­lógicos más recientes, es el de mostrar la fundamental imposibilidad de una verdadera conciliación entre la arqueología y los textos, y quizás más aún de los textos entre sí, a pesar de peligrosas acrobacías verbales, de la constante acumulación de hipótesis y de la multiplicación de los Quetzalcóatl en épocas diferentes, multiplicación imprescindible para explicar las semejanzas entre Tula y Chichén, ciudades anteriores al siglo XII.

A fin de cuentas, los partidarios del Quetzalcóatl histórica incurren en el grave error de escoger de las fuentes lo que les conviene. Podemos efectivamente otorgar prioridad a un documento con respecto a otro si sus datos están confirmados por la mayoría de las otras fuentes seguras y independientes, pero únicamente si tenemos la certidumbre de estar en presencia de textos históricos y no de mitos. Porque si son mitos, es preciso tomar en cuenta todas las variantes para entenderlos.    

Por último Laurette Séjourné (1950, 1957, 1971; seguida, en cierta medida, por León-Portilla 1956: 301-16; 1968), una figura original en los estudios mesoamericanos, proclamó sin descanso desde los años 1950 que era Teotihuacan la antigua Tollan y no la mezquina Tula. Es en la magnífica metrópoli del período clásico donde habría vivido Quetzalcóatl en el siglo II o III d.C. Habría sido un rey de exaltada moralidad, la única fuente de espiritualidad en esta parte del mundo. Sin embargo, Séjourné debe incluirse también entre los escépticas, ya que considera los datos biográficos referentes a Quetzalcóatl como meramente simbólicos. Estos datos traducen el mensaje del reformador, que habría predicado "la unión mística con la divinidad, que el individuo no puede alcanzar más que por grados sucesivos y solamente al cabo de una vida de contemplación y de penitencia" (1957: 35). El hombre debe "liberar su corazón", "lugar de reencuentro donde se elabora la conciencia luminosa", "signo más perfecto del movimiento creador de libertad espiritual", "cuya actividad salva a cada momento la materia corporal de la inercía y de la descomposición que la acechan" (1957: 136-37). Al actuar así el hombre "se hace obrero del perfeccionamiento del Universo, es decir, de la Unidad cósmica" (1957: 85). Mas el mensaje de Quetzalcóatl se corrompió pronto. Los aztecas mexicas en particular lo transformaron abominablemente. Tomaron al pie de la letra los símbolos de Quetzalcóatl con fines vergonzosos. La liberación de la espiritualidad para unirse al Todo llegó a ser la escisión del corazón para alimentar al sol. Los sacrificios sangrientos introducidos por los aztecas no eran sino un instrumento de su imperialismo, un medio de exterminar o aterrorizar a los pueblos.

Ya queda dicho que se considera a Tula como la antigua Tollan. Además, son por lo menos tenues los argumentos que permiten situar a Topiltzin en los primeros siglos de nuestra era. Luego, admitiendo aún que el personaje haya existido, es excesivo hacer de él la única fuente de toda espiritualidad mesoamericana. Por último, el supuesto "mensaje de Quetzalcóatl" no está basado en pruebas. A decir verdad, la autora no se enreda demasiado con referencias bibliográficas. Pero he demostrado anteriormente y veremos de nuevo en este libro que la idea de la materia de la que uno tiene que liberarse para acceder a la deidad suprema sí está en el centro del pensamiento religioso mexicano y del sistema sacrificial en particular.

 

En los últimos treinta años se ha iniciado una reacción contra los excesos de las historicistas. En 1973 salió a luz el libro notable de Alfredo López Austin titulado "Hombre-dios". El autor opina justamente que no se han aprovechado bastante las enseñanzas de Brinton. Ensancha considerablemente el campo de investigación con respecto a los historiadores y se apoya tanto en documen­tos antiguos como en fuentes etnográficas de toda Mesoamérica con el fin, no de reforzar la biografía de una hipotética figura histórica llamada Quetzalcóatl, sino de destacar los rasgos típicos de los que llama "hombres-dioses". Porque "la vida de Quetzalcóatl es la de muchos". Sus hábitos de reclusión, sus ayunos y penitencias no son de ningún modo excepcionales. Se trata de una conducta estereotípica que se encuentra también entre los guías de los quichés, los sacerdotes guatemaltecos, zapotecos y totonacos. La vida de Quetzalcóatl — o de los quequetzalcoa, ya que pudo haber varios — es la del hombre-dios típico, de cierto género de jefe de comunidad. Cada grupo tiene su dios protector y la historia del grupo es a menudo la de un pacto entre el fundador y el dios. Este promete ayuda y protección a cambio de un culto. El fundador, hombre-dios, es un personaje predestinado, marcado desde su nacimiento. Tiene algo más que los otros hombres, algo que le hace participar de la deidad. El fuego divino que alberga su corazón le confiere una fuerza guerrera y una longevidad excepcionales, además del poder de profetizar, de transformarse en animal, de viajar a los mundos de los dioses, de nacer de nuevo. Este fuego hay que mantenerlo; lo aumentan la meditación, el ayuno y la penitencia ; disminuye por las o por ciertas relaciones sexuales, la tristeza y las lágrimas.

La vida de estos personajes está moldeada en el mito. Este es previa al acontecimiento e influye sobre él. Las figuras históricas tienen que conformarse a un prototipo mítico. Puede ser que los jefes de Tollan, los quequetzalcoa, tuvieran que marcharse al este cada 52 años, en el año 1 Caña, considerado como el del necesario abandono de Tollan ; puede ser que una vez esa marcha coincidió con la ruina real de la ciudad. En los textos, ciertos acontecimientos, como por ejemplo la fundación de una ciudad, están sistemáticamente asignados a una fecha concreta : pero posiblemente había que esperar esta fecha antes de fundar una ciudad. En Mesoamérica el mito determina la historia; la historia escrita es la transcripción del mito, del acontecimiento ritual dependiente del mito y del acontecimiento libre.

Abundan en el libro del eminente investigador intuiciones asombrosas y aproximaciones interesantes. Por cierto López Austin se queda a menudo en vaguedades: sugiere más que afirma y raramente concluye, pero hay que admitir que el tema es muy complicado. Es también de lamentar que se limite a comparar rasgos aislados. Para cada actitud, cada acción de Quetzalcóatl o de cualquier otro personaje enumera paralelos pero omite comparar tramas o estructuras. Su categoría de "hombres-dioses" es excesivamente amplia ya que abarca todas las personas dotadas de poderes sobrenaturales — mas es verdad que el tema de su estudio no era Quetzalcóatl. Luego, López Austin parece inclinarse por la historicidad de la mayoría de hombres-dioses incluso cuando parece mítico todo cuanto sabemos de ellos. Un único documento que afirme que Huitzilopochtli existió realmente no es suficiente como para considerar la cosa como comprobada. No vacilaban los antiguos mexicanos en deificar seres humanos pero euhemerizaban también a dioses. El autor recupera de algún modo el mito para la historia al sugerir que ésta determinaba aquel. Pero esta hipótesis es indemostrable.

En el Congreso de Americanistas de Paris en 1976, Henry B. Nicholson (1979) vino a preguntarse si su aceptación de la historicidad de los toltecas no fue excesiva. "Puede ser, admite, que haya menospreciado el proceso de mitificación del tipo destacado por Eliade, proceso que probablemente reestructuró profundamente la leyenda de Quetzalcóatl." Con todo, Nicholson permanece convencido de la validez de su enfoque histórico: "Reducir enteramente el relato básico sobre Topiltzin a un mito de tipo 'héroe del alba' o lunar, o de Venus por ejemplo, como lo hicieron algunos, constituiría a mi juicio una posición de un radicalismo inadmisible. Por otra parte sería indiscutiblemente ingenuo atribuir demasiada realidad histórica al relato básico".

Davies (1979) también se planteó una serie de preguntas, esta vez en el Congreso de Vancouver, tres años después, al igual que López Austin, se inclina de alguna manera por volver a los métodos de Brinton y de Seler. Habría que interpretar la compleja y contradictoria mitología (!) de Tollan a la luz de otras mitologías. Un enfoque estructuralista podría contribuir a elucidar las numerosas oposiciones binarias presentes en los relatos — pero ya vimos que no se necesita estructuralismo para eso. Mejor aún, Davies se percata de que la concepción mesoamericana del tiempo era más bien cíclica que linear y que Topiltzin era, en cierto sentido, "alfa y omega, el principio y el fin", lo que explica que se encuentre a la vez al comienzo y al final de la historia de Tollan. Este mismo año acabé mi tesis de doctorado que iba en la misma dirección e incluye capítulos sobre Quetzalcóatl de los cuales este libro es una ampliación.

David Carrasco (1983) llega a conclusiones equiparables. Opina que las narraciones sobre Tollan son las de la creación, del florecimiento y del colapso de un estado ideal original. Proponen "arquetipos", como los analizados por Mircea Eliade, y son el paradigma de un orden primordial que acaba por inspirar a las cabeceras ulteriores. Hablan de una edad fabulosa de antepasados creadores y, por lo tanto, de modelos que imitar. En cuanto a Quetzalcóatl Carrasco hace hincapié en un aspecto fundamental del personaje, a saber el de símbolo del poder y el de patrón de las capitales. Admite que hubo una figura histórica del mismo nombre pero debió de ser solamente el "doble" de la deidad, su agente en la tierra, uno de aquellos hombres dioses magistralmente estudiados por López Austin. Mas el autor exagera cuando afirma que Quetzalcóatl tuvo nada que ver con la instauración de la guerra y del sacrificio humano.

         Trabajos recientes van en el mismo sentido. En el cuarto capítulo de su notable libro sobre Tezcatlipoca, Guilhem Olivier explora de manera pormenorizada la actuación del Espejo Humeante en Tollan y la explica perfectamente en términos mitológicos y simbólicos sin dejar ningún espacio para un « hombre » Tezcatlipoca, a pesar de lo que dicen los documentos antiguos. Otros ejemplos son un artículo de Ringle, Gallareta, Negrón y Bey en Ancient Mesoamerica (1998) y el libro de López Austin y López Luján sobre Mito y realidad de Zuyuá (1999). Las dos obras abandonan los vanos intentos de reconstruir la historia de un supuesto "imperio tolteca" a partir de las fuentes escritas y se dedican más bien a examinar el período del 700-1100 d.C. como el del desarrollo de un vasto sistema político sustentado en la mitología de Quetzalcóatl-Kukulcan, o por lo menos de la propagación mesiánica del culto del dios. Todos coincidimos pues en reconocer la primacía, o por lo menos la gran importancia, del dios durante dicho período. Otra publicación en cambio, todavía más reciente, de Hanns Prem, Los reyes de Tollan y Colhuacan (1999) parece aceptar, aunque con muchas precauciones y prudencia, un "personaje histórico de Topiltzin" que "posiblemente no ha jugado un papel muy decisivo en la historia de Tollan sino que fue mezclado más tarde con varias leyendas y cuentos 'flotantes'. El fin de Tollan debe haber ocurrido independientemente de Topiltzin y quizás también independientemente de Huemac en la mitad del siglo XI" (Prem 1999: 67).

 

Los estudios de Quetzalcóatl y de los toltecas han pasado, pues, por alternativas de escepticismo y de historicismo. Este prevalece cada vez menos, si bien no se han solucionado las contradicciones. En estas condiciones, ¿ qué hacer para distinguir mito de historia en textos que pretenden relatar con precisión, año por año, acontecimientos del pasado tocantes a dioses o a hombres o a ambos a la vez ? Para aclarar eso volvamos la mirada hacia estudios de comprobado valor en los que los americanistas y más en particular los historicistas como Jiménez Moreno, Kirchhoff, Nicholson o Davies hubieran tenido que inspirarse desde hace mucho tiempo, examinemos los métodos de Georges Dumézil y de la "nueva mitología comparada".

 

 

La "nueva mitología comparada"


Problemas parecidos a los que nos preocupan han surgido con respecto a otros lugares y otras épocas. En la interminable epopeya hindú del Mahabharata que relata la lucha de los Pandava con los Kaurava, en la "leyenda" de Rómulo y Remo y de los inicios de Roma, en las sagas escandinavas que narran la guerra de los dioses ases y vanes, en todos cuantos textos donde lo maravilloso bordea lo cotidiano y lo plausible, generaciones de estudiosos también han procurado descubrir un fondo histórico, pero con menos resultado aún que para los toltecas.

         Acerquémonos primero a los antiguos germanos. La Ynglingasaga de Snorri Sturluson (siglo XIII) presenta el Vanaland como un reino situado en el Don, al oeste del Asaland, cuyo rey era Odín. Una guerra indecisa entre los dos países resultó en un compromiso y el intercambio de rehenes. Más tarde Odín salió de conquista y tras una larga migración los ases llegaron a Escandinavia.

Tomando este relato al pie de la letra, los investigadores se han esforzado en reconstituir el itinerario preciso de la migración. Algunos pensaron que ocurrió en el siglo IV d.C. Otros, apoyándose en la arqueología, se inclinaron por la invasión mucho más antigua de los indoeuropeos en Germania. Olvidando que el conflicto entre ases y vanes tuvo lugar en la tierra de origen, transformaron a los pacíficos vanes en los autóctonos de Germania, seguidores de una religión muy diferente a la de los invasores y el conflicto vino a ser una especie de guerra de religiones. Ahora bien, observa Dumézil (1959), en la mayor parte de las fuentes ases y vanes son meramente míticos y sus representantes no son sino los grandes dioses escandinavos, con Odín a la cabeza. Sturluson es la única fuente antigua que transforma estos mitos en historia. Pero los historiadores le dan la preferencia, al igual que, en lo referente a los toltecas, la Relación de la genealogía... de la que sabemos no faltaban motivos para depurarla. El Mahabharata también ha sido manipulado para encontrar una trama de acontecimientos auténticos. "¿ Qué acontecimientos ?" pregunta Dumézil (1981: 44), "bastaba descubrir, para rechazarlas, cuantas proliferaciones sobrecargaron y cubrieron el dato primero". Y de nuevo se evocaron las luchas entre invasores indoeuropeos y autóctonos. Previamente los "escépticos" habían tratado, lo mismo que en América, de interpretar la epopeya en términos de mitos solares o estacionales pero su proyecto compartió el destino de Seler y de Preuss y hasta hace unos veinte años los historicistas permanecieron dueños del terreno.

¿ Cual es en cambio el método de Dumézil (1948: 12-13) ? Comparar y analizar, acatando las reglas clásicas del sentido común, "utilizar toda la materia que se presenta, cualesquiera que sean las disciplinas que la comparten provisionalmente y sin efectuar por sí mismo cortes arbitrarios, observar detenidamente los datos con sus evidencias [...]; desconfiar de los juicios tradicionales pero igualmente de las opiniones singulares y de las novedades de moda ; evitar atarse por un lenguaje prematuro ; no considerar ni el atrevimiento ni la prudencia como la virtud por excelencia pero servirse de ambos, comprobando constantemente la legitimidad de cada enfoque y la armonía del conjunto".

Comparar, mas en terreno firme ; en otras palabras, solamente cuando hay orígenes comunes — en la tocante a Roma, la India, Escandinavia, los celtas, los osetos... — , en el cuadro de pueblos de filiación lingüística indoeuropea y dotados por lo tanto de un fondo común ideológico. Por ejemplo, "ante un teologuema o un mito escandinavo es legítimo e incluso metodológicamente necesario, antes de negarle significado y antigüedad, examinar si las religiones de los pueblos más conservadores de habla indoeuropea [...] presentan alguna creencia o algun relato homólogo. Tal puede ser el caso y ocurre que, por ejemplo en su versión india, atestada con mayor antigüedad, y en libros escritos directamente por los depositarios del saber sagrado, la estructura de tal fórmula, la intención de tal relato parezca más clara y relacionada con mayor evidencia con la vida religiosa y social que en los escritas literarios del cristiano Snorri" (Dumézil 1959: 22-23). Comparar finalmente, no rasgos aislados, sino tramas y estructuras.

            Con tales principios Dumézil pudo probar que en la base de la ideología de la mayor parte de los pueblos indoeuropeos existía una concepción tripartita del mundo y de la sociedad articulada en las "funciones" de soberanía, fuerza y fecundidad. La sociedad india estaba dividida en brahmanes, guerreros y ganaderos-agricultores y la de la Irlanda antigua en druidas, guerreros y hombres libres dueños de bueyes. La misma soberanía estaba repartida entre dos polos, mágico el uno, religioso el otro. A la pareja rey-brahmán en la India correspondían el rex y el flamen en Roma y el soberano flanqueado del druida entre los celtas. Mejor aún, en varios pueblos indoeuropeos había auténticas tríadas de deidades vinculadas con las tres funciones. En la India, Mitra y Varuna se encargaban de los dos aspectos de la soberanía, Indra de la fuerza y los gemelos Asvín o Nasatya de la fecundidad-fertilidad. Los escandinavos invocaban a Tyr y Odín, Thor el guerrero y Njördhr, Freyr y Freya, dioses de la riqueza, la prosperidad y la fertilidad. En Roma había la tríada capitolina, Jupiter, Marte y Quirino.

Los romanos eran pobres en mitos y ricos en historia. Pero al ahondar en las cosas, Dumézil comprueba que los cuatro primeros reyes de Roma eran meras personificaciones de las tres funciones. Es sorprendente la oposición entre Rómulo, soberano "mágico", joven , ardiente, arbitrario, de estirpe divina y Numa, de más edad, tranquilo, ordenado y escrupuloso; son sorprendentes también las características de sus sucesores ya que ilustran perfectamente la función ideológica de cada uno.

Cuando se fundó Roma, tan sólo estaban Rómulo y sus partidarios, hombres, guerreros animados por el favor divino : existían, pues, el poder y la fuerza. Pero para que viviera la urbe faltaba el tercer término complementario, la fecundidad-prosperidad, es decir las mujeres. Por eso, Rómulo organizó el robo de las sabinas, lo que resultó en la guerra con los ricos sabinos. Durante la lucha, la victoria fue incierta. Primero, al actuar por el oro y las mujeres, los sabinos estuvieron a punto de triunfar : como dignos representantes de la tercera función sobornaron a una vestal romana, Tarpeya, que los introdujo en el Capitolio. Pero Rómulo reaccionó invocando al dios soberano. Como las cosas seguían indecisas, los adversarios hicieron la paz y se fusionaron. Roma se volvió una ciudad completa y viable.

La manera en que la ideología estructura el relato lo hace de dudosa historicidad ; pero la duda se vuelve certidumbre al constatar que existen narraciones equiparables en las mitologías escandinava e india. En Escandinavia hay el célebre conflicto entre ases y vanes. Aquellos dioses agrupaban las dos primeras funciones mientras que los vanes estaban encabezados por los pacíficos y opulentos Njördhr, Freyr y Freya. Ahí también, un compromiso resultó de éxitos alternativos. Además, algunos detalles permiten encontrar relaciones indudables con ciertos mitos de la India en los que los dioses de las primeras funciones se oponen a los de la tercera, supuestamente demasiado próximos a los hombres. En suma, el tema es indoeuropeo y es en esta herencia donde se inspiraron los que compusieran la "historia" romana arcaica.

Dumézil siguió acumulando paralelos y pruebas durante unos cincuenta años, con creciente éxito. Demuestra también la importancia de las tres funciones en el Mahabharata. El conflicto entre los Kaurava cuyo jefe, Duryodhana, corresponde al demonio Kali, y los Pandava, representantes de los dioses de la soberanía, de la fuerza y de la fecundidad, se acaba con una batalla universal y una matanza espantosa, preludios de una era de paz y de justicia. Tenemos aquí la transposición en epopeya del fin de una era cósmica y del principio de tiempos mejores, tema que se vuelve a encontrar entre los escandinavos y los germanos en el mito de Baldr y del crepúsculo de los dioses. De golpe toda interpretación historicista ya no tiene sentido.

Esta obra riquísima nos aprende que hay que respetar los datos, nunca eliminar cualquier elemento sin motivo apremiante, y comparar. Comparar episodios de una misma fuente, aducir otras tradiciones nahuas, comparar de nuevo con textos de distinto parentesco lingüístico: porque Mesoaméríca es un área de civilización limitada y bastante homogénea donde la tremenda diversidad de idiomas nunca constituyó un obstáculo.

En los capítulos que siguen presentaré, tras una breve crítica de las fuentes, primero un resumen de lo esencial de las tradiciones cosmológicas del Altiplano mexicano, destacando lo que contribuirá a interpretar los datos toltecas. Luego examinaré estos datos, presentando los textos fase tras fase, agrupándolos cuando traten manifiestamente de la misma cosa, agregando cuando sea necesario textos de otras partes, susceptibles de aclararlos. Al ensanchar el campo de investigación en el espacio y el tiempo, podrá determinarse si estamos ante acontecimientos únicos o, al contrario, ante temas míticos recurrentes. En cada etapa intentaremos comprender, pero es cierto que si se trata de un sistema coherente y bien estructurado habrá que esperar al fin del estudio para llegar a una percepción exacta. Sin embargo no hay que forjarse ilusiones: quizá será posible de explicar más de lo que lo hacen los historicistas y a menor costo, pero muchos pormenores quedarán oscuros. La documentación es demasiado pobre y los datos han sido demasiado deformados, maltratados, mal entendidos y manipulados por los que los transmitieron para que pueda llegarse a la total transparencia.

 

 

Las fuentes

 

No subsisten sino unos pocos manuscritos auténticamente prehispánicos, menos de veinte. Se puede suponer que muchos fueron enterrados con difuntos de alto rango pero no resistieron al tiempo y a la humedad. Por lo regular estaban conservados en santuarios, mas en caso de guerra se quemaban los templos, lo que presentaba la ventaja de destruir al mismo tiempo la memoria oficial del adversario, y en el México antiguo las guerras eran continuas. También se sabe que cuando los mexicas derrotaran a los tepanecas, el rey Itzcóatl mandó quemar cuantos códices le vinieron a las manos (Sahagún 1950-81, 10: 191; Texto 11 § 113). Estos manuscritos molestaban a los nuevos dueños de Mexico, que querían acabar con el pasado, marcar el advenimiento de una nueva edad, el Quinto Sol, y reescribir a su gusto la historia. Motecuhzoma II también hizo reescribir los libros, con ocasión de su gran reforma religiosa de 1506-1507.[5] Después siguieron las destrucciones de la Conquista española y el celo catastrófico de ciertos misioneros, para quienes los libros no contenían sino creencias diabólicas. Por último las turbulencias del primer siglo de la independencia pueden igualmente haber causado la desaparición de manuscritos sobrevivientes.

Son, pues, escasos los libros prehispánicos y no nos sirven de mucho ya que ninguno relata la historia de los toltecas. Los llamados del grupo Borgia, de contenido religioso, eran instrumentos de adivinación. En cuanto a los manuscritos históricos, son mixtecas y se limitan las más de las veces a exponer los mitos del origen o la historia dinástica de tal o cual ciudad de Oaxaca. Es cierto que en el Códice Vindobonensis, el dios 9 Viento, que figura con la indumentaria de Quetzalcóatl y es designado por uno de sus nombres, desempeña un papel de primera importancia, pero los investigadores actuales no se atreven a afirmar que se trate del Quetzalcóatl de Tollan. De hecho es muy difícil relacionar los acontecimientos relatados en este libro o en los manuscritos mixtecas en general con las otras fuentes relativas a Quetzalcóatl y los toltecas. Una tesis norteamericana (Molloy 1983) muestra hasta el absurdo la vanidad de tal empresa.

Sea lo que fuese, hablando de manuscritos mexicanos precortesianos hay que comprender exactamente de qué se trata. En vez de escritura, estamos en presencia de dibujos acompañados de glifos pictográficas a ideográficos, o en sistema rebus, de nombres de personas, ciudades o fechas. Claro está que tal sistema no puede proporcionar tantas informaciones como el lenguaje hablado y tampoco era su deseo. Ante todo, los libros eran recordatorios de series de acontecimientos, de ritos, de fechas, de nombres, de atributos. Lo demás lo conocían de memoria. Escribe al respecto el padre Juan de Tovar:

 

TEXTO 3. Tovar, Respuesta a Acosta 3b-4a:

Pero es de advertir que aunque tenían diversas figuras y caracteres con que escrevían las cosas, no era tan suficientemente como nuestra escritura, que sin discrepar por las mismas palabras refiriese cada uno lo que estava escrito; sólo concordavan en los conceptos. Pero para tener memoria entera de las palabras y traça de los parlamentos que hazían los oradores y de los muchos cantares que tenían, que todos sabían sin discrepar palabra, los quales componían los mismos oradores, aunque los figuravan con sus caracteres, pero para conservarlos por las mismas palabras que los dixeron sus oradores y poetas, avya cada día exercicio dello en los collegios de los moços principales que avyan de ser sucesores a éstos, y con la continua repetición se les quedava en la memoria sin discrepar palabra, tomando las oraciones más famosas que en cada tiempo se hazían por método, para inponer a los moços que avyan de ser retóricos; y de esta suerte se conservaron muchos parlamentos sin discrepar palabra, de gente en gente, hasta que vinieron los Españoles que en nuestra letra escrivieron muchas oraciones y cantares que yo ví y assí se han conservado.[6]

 

 

En lo esencial, las culturas mesoamericanas eran, pues, culturas de memorización. Las representaciones pictográfícas eran a veces extremadamente sintéticas y simplificadas. Un acontecimiento que ocupaba un solo dibujo podía engendrar un largo relato (Graulich 1979: 6; Parmenter 1982: 42). Para ciertos episodios disponemos a la vez de versiones pictográficas y de textos en letras de tipo latino en los cuales se reprodujeron lecturas de códices similares hechas por especialistas indígenas. Siempre que se puede cotejar, los textos en letras latinas son mucho más prolijos que las pictografías. Desde luego en tiempos antiguos era fácil hacer adaptaciones, reinterpretaciones o transformaciones, voluntarias o no, en la lectura de los códices.

Se conservan copias coloniales de documentos perdidos. Una de ellas, el Códice Vaticano A 3738 o Ríos, presenta los principales episodios del fin de Tollan en unas pinturas realizadas en un estilo poco influido por el Occidente. Afortunadamente les acompañan comentarios en italiano de primordial importancia.

Pero los principales documentos sobre los toltecas son textos en alfabeto latino redactados ora en un idioma indígena, ora en castellano, italiano o francés. Provienen de conquistadores, de cronistas oficiales, de funcionarios, de religiosos y, del lado indio, de nobles aculturados. Algunos fueron testigos oculares del esplendor de la civilización azteca, otros eran polemistas, historiadores o precursores de la etnografía moderna al investigar sobre el terreno y al hacerse explicar los manuscritos pintados. Todos eran cristianos, incluso los letrados indios; para todos la cultura prehispánica era algo más o menos exterior y foráneo. Exceptuando tal vez a los conquistadores, todos eran tributarios de informantes diversamente competentes y cooperantes. El azteca que comentó los dibujos en que se basa la Historia de los Mexicanos por sus pinturas era evidentemente menos prolijo que su colega que informó al autor de la Leyenda de los Soles. El primero se conformó con breves explicaciones, el otro recitó mitos enteros memorizados. El noble descendiente de la casa real de Texcoco, don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (Sumaria relación de las cosas... III; 1975-77, 1: 287-88), pretende rectificar los numerosos errores en que incurrieron los cronistas españoles, víctimas de individuos que por ignorancia o mala voluntad les dieron falsas informaciones. Pero cabe preguntar si los sacerdotes aztecas que no vacilaban en matar a sus propios hijos convertidos (Mendieta III c.25-27; 1945, 2: 80-86) habrían informado mejor a los letrados indios. Además, los informantes debieron de escasear bastante en una tierra donde hubo un colapso demográfico sin par en la historia. Es en parte por temer la desaparición total de los indios por lo que el franciscano Bernardino de Sahagún, nuestra mejor fuente, emprendió su monumental enciclopedia de la civilización azteca.

Casi siempre los testimonios fueron redactados a petición de los españoles o a su intención. Ahora bien, los colonizadores se interesaban ante todo por la religión y la historia: la religión ora porque era preciso explicar su carácter abominable, con sus innumerables sacrificios humanos, ora porque buscaban en ella huellas del cristianismo o por lo menos el culto de un dios único. La religión y principalmente los ritos quizás puedan revelar posibles supervivencias paganas. No interesaban mucho los mitos sino cuando traían a la memoria la Biblia o cuando hablaban de Quetzalcóatl. El árbol prohibido del paraíso, la "Torre de Babel" de Cholula, las vírgenes-madres inquietaban a los misioneros. Ilustraban la táctica del diablo que revelaba algunas verdades para engañar mejor con mil absurdos; o si no, probaban que los indios tuvieron conocimiento de las Sagradas Escrituras o incluso, que eran originarios de Israel. Pero ¡cuidado! : si el mito era demasiado parecido a tal o cual episodio de la Biblia, se le rechazaba. Durán (Ritos c.1; 1967, 1:12) narra que según un viejo indio, los toltecas se fueron hacia el este y que al llegar a la costa su jefe Topiltzin hendió las olas con su bastón para entrar en el mar. Convencido de que el hombre le recitaba el Éxodo, Durán no le escuchó más. Puede ser que nos haya privado de un mito interesante ya que los mayas guatemaltecos también afirmaron haber cruzado el mar a secas cuando, al salir de Tollan, emprendieron su largo viaje al Oriente (Título... 1950: 216). En cuanto a la historicidad de Quetzalcóatl, parecía tanto más cierta cuanto que los indios contaban su vida como si relataran la vida de un rey mexica o un acontecimiento de la Conquista: tal cosa ocurrió en tal año y en tal lugar. ¿ Por qué dudar en presencia de tantas precisiones ? Además, estaba permitido creer incluso cosas poco verosímiles sobre Quetzalcóatl ya que si era un misionero cristiano, podía haber hecho milagros.

Descuidábanse los otros mitos. Se los truncaba por no fastidiar al lector, o porque eran indecentes o pueriles. Si se registraban a pesar de todo, era en forma muy abreviada, sin preocuparse por su procedencia. Peor aún, algunas veces no vacilaban en aunar testimonios de distintas procedencias y por lo tanto en crear mitos nuevos.

La historia interesaba siempre que pareciera genuina conforme con los criterios occidentales de la época. Eran hechos y no fábulas lo que deseaban los cronistas encargados de informarse sobre el pasado de los indígenas. Al defender sus derechos, los indios producían documentos para probar que sus antepasados se asentaron en tal o cual tierra siglos atrás: pero dejaban de precisar que los primeros habitantes eran dioses. Los historiadores aculturados querían ensalzar su pasado prestigioso: no podían ser míticas las hazañas de antaño. Por eso se despojaban los relatos excesivamente adornados y se eliminaban los aspectos legendarios.

Las fuentes menos afectadas por esas deformaciones son las redactadas en náhuatl, primero porque se dirigían en menor grado a los españoles y luego porque a menudo no hacen sino registrar recitaciones basadas o no en códices. Sus defectos son ante todo los de la historiografía azteca y se reflejan por supuesto en los documentos en castellano.

Hay el hecho de que entre los antiguos mexicanos la historia era siempre la de una ciudad particular, de un solo pueblo. Era tal el etnocentrismo que "no habrá villeta ni estanzuela, por vil que sea, que no aplique a sí todas las grandezas que hizo Motecuhzoma y que ella era exenta y reservada de pensión y tributo, y que tenía armas e insignias reales, y que ellos eran los vencedores de las guerras" (Durán Historia c.30; 1967, 2: 473; también Ixtlilxochitl Sumaria relación de las cosas 1975-77, 1: 286-88; Eschmann 1976: 50-57). De ahí resultarán las desesperantes contradicciones de las crónicas. Ya quedó dicho que al extender su hegemonía un pueblo no vacilaba en destruir los libros de los vencidos con el fin de reescribir la historia a su gusto. ¿ Cómo se presentaron a sí mismos los mexicas después del auto de fe de Itzcóatl en 1428 ? Como pobres migrantes o nómadas que sufrieron mucho durante sus largas peregrinaciones. Si lograron triunfar, fue gracias a su guía y dios protector Huitzilopochtli que les había prometido una tierra maravillosa y la dominación del mundo. Pero era un tema mítico constante el de los pobres recién llegados — los menores, los sobrinos en el plano de los términos de parentesco — que acababan derrotando a los autóctonos sedentarios, tan arrogantes y opulentos como decadentes. Podremos darnos cuenta de ello al adentrarnos en el estudio de la juventud de Quetzalcóatl.

Empero, ¿ qué ocultaban detrás de aquel tópico mítico ? Si una vez establecida su dominación, los mexicas siguieron temiendo que se conociese el contenido de los libros antiguos, era porque habrían aparecido como lo que eran, una banda de usurpadores. Indican, pues, la arqueología y algunos pocos textos sugestivos que en el lugar donde los mexicas tuvieron la visión del águila sobre el nopal y donde afirmaron haber encontrado meros pantanos e islotes desiertos, había ya un asentamiento posiblemente habitado por adoradores de Quetzalcóatl.[7] El auto de fe permitió ocultar la preexistencia de la ciudad e iniciar además una verdadera revolución religiosa de la que se hablará más adelante.

Los mesoamericanos manipulaban, pues, la historia. Capítulos enteros del pasado mexica fueron reemplazados por mitos. Mas el mito se infiltraba en todas partes para modelar y estructurar. Ya vimos que la transmisión del saber era principalmente oral. Por ser limitada la capacidad de memorización no se puede esperar un recuerdo preciso más allá de dos o tres siglos, probablemente el doble si existen libros mnemotécnicos. Para períodos más antiguos el discurso se funde en lo duradero y permanente, es decir en estructuras míticas intemporales. Además, la historia de los hombres continúa la de los dioses, incluso en los manuscritos históricos de la Mixteca. Por último, la concepción mesoamericana de la historia era más bien cíclica, como la cristiana, si bien cada ciclo tenía un principio y un fin ­siendo éste concebido como parecido a una vuelta al punto de partida. Para los indios, un año, una vida, un reino, un imperio y una edad eran similares a un día precedido por el alba y seguido por el crepúsculo y la noche. A una edad la llamaban un Sol. Al morir el rey el pueblo se hallaba en las tinieblas. En un año había dos partes: la estación de lluvias equiparada con la noche y la temporada seca, equiparada con el día.

Si el mito concierne ante todo a los períodos más antiguos y a los orígenes de los pueblos mesoamericanos, se incorpora también a las grandes articulaciones de los tiempos históricos, incluso contemporáneos si hay un acontecimiento excepcional. Modela además al pasado reciente aún cuando no parece imprescindible. Abundan lo desacostumbrado, lo maravilloso, lo irreal y lo ficticio en las crónicas mexicanas del siglo XVI. Siempre predomina lo religioso. El mismo fenómeno se observó en el Egipto antiguo (Frankfort 1951: 30).

Pongamos por ejemplo al caso de Tlatelolco, ciudad hermana de Mexico fundada en el mismo islote. La mayor parte de las crónicas mencionan su conquista por los mexicas durante el reino de Axayácatl. He aquí pues un hecho histórico reciente e importante ya que se relaciona con el mismo corazón del imperio. No obstante, una fuente (Oviedo II, 36 c.46; 1959, 4: 222) sitúa la conquista durante el reino de Moteczuma II y agrega además pormenores totalmente inconciliables con lo que se sabe por otra parte. Según este testimonio Moteczuma habría tomado por yerno al rey de Tlatelolco, llamado aquí "Samalce", a fin de engañarle. Luego lo habría convidado a un banquete con su gente y les habría mandado matar a todos. Mas el tema del banquete-trampa es un tópico: en una edad anterior y en circunstancias similares los olmecas xicalancas habrían exterminado a los gigantes autóctonos, y la misma proeza fue atribuida igualmente a los tlaxcaltecas (Torquemada I c.13, 1969; c.1: 35-36; Durán Hist. c.2; 1967, 2: 25). Las demás fuentes tocantes a la caída de Tlatelolco contienen también elementos míticos (Graulich 1979; 1990: 265-7).

En consecuencia hay que ser prudente antes de aceptar como cierto cualquier acontecimiento "histórico": si bien puede parecer verosímil, su contexto puede ser puramente mítico. Y la incertidumbre aumenta conforme nos remontamos en el pasado. A todo lo anterior debe sumarse el que, al presentarse el mito en versiones diferentes, la memoria colectiva no escoge: yuxtapone en lugar de seleccionar, incorpora, repite, aglutina. La historia aderezada por letrados especializados en la manipulación hace frecuentemente lo mismo: así se explican esas versiones contradictorias respecto a Quetzalcóatl.

La inevitable adaptación de la historia a las necesidades de las estructuras míticas está ilustrada por el hecho de que ciertos acontecimientos se relacionaban sistemáticamente con fechas simbólicas, aniversarios de prototipos míticos. Las hambres eran asignadas a los años Conejo y con preferencia a 1 Conejo, aniversario de la creación de aquel monstruo hambriento que era la tierra. Los principios, las partidas estaban vinculados con un año 1 Pedernal, por ejemplo la salida de los mexicas de su tierra de origen o la entronización de su primer rey Acamapichtli. Obviamente tales asociaciones míticas o rituales ponen en peligro la sacrosanta cronología de los historicistas.

Así pues, el calendario mexicano presenta ya bastantes dificultades. Hay que recordar que por faltar una cuenta larga a partir de un año cero, una misma fecha vuelve cada 52 años. Imaginemos que nuestras años fueran designados por meras abreviaciones como '89, '14-'18, '45, etc. ¿ Qué hacer para saber en qué siglo ubicar tal o cual acontecimiento histórico ? Sería fácil si dispusiéramos de anales continuas que permitieran remontarse en el tiempo a partir del presente. Pero en ausencia de tales anales habría que proceder por recortes y no hay duda de que se incurriría en errores frecuentes más o menos graves. Los cronistas del siglo XVI se enfrentaron a este problema y no acertaron siempre a resolverlo. Desde luego ciertas secuencias fueron trastornadas; por ejemplo, un hecho asignado al año 1 Pedernal en tal fuente está computado 52 o 104 años antes de tal otro acontecimiento l Pedernal en otro documento, aunque en realidad fuera contemporáneo, o 52 años posterior.

Además, en los últimos decenios se ha planteado si el nombre de un mismo año no pudiera haber sido diferente de una región, hasta de una ciudad a otra. Entre los mexicas 1519 corresponde a 1 Caña pero entre los mixtecas 1 Caña era 12 años antes. Un hecho relativamente tan reciente como la entronización de Huitzilíhuitl (ca 1395) está computado en 1 Casa, 3 Caña, 7 Caña, 8 Pedernal, 11 Caña, 10 Conejo, 2 Caña, 3 Pedernal, 4 Casa, 1 Caña y 2 Casa según las fuentes (Davies 1973: 203-4). Aún teniendo en cuenta posibles fechas rituales no identificadas, las divergencias son demasiadas para ser atribuidas a meros errores. Debe, pues, aceptarse la hipótesis de cuentas de año diferentes. Sabemos además a ciencia cierta que los "meses" principios de año no eran los mismos en todas partes, lo que debía de influir en los días "portadores de año".[8]

Puede ser, pues, que un mismo hecho estuviera computado bajo distintas fechas. Pero lo habrían perdido de vista los cronistas del siglo XVI, ya fueran indios o españoles. Ahora bien, lo que se pedía en esta época ya no era la historia de tal o cual ciudad sino la de Nueva España en general o por lo menos de parte de ella. Los cronistas se esforzaron por sintetizar las informaciones. Apoyados en sus códices de distintas procedencias asentaron los acontecimientos año por año sin darse cuenta de que lo registrado en un códice bajo la fecha 13 Conejo fuera en realidad anterior o posterior a tal otro acontecimiento de 13 Conejo en otro códice, o sin darse cuenta de que los hechos de dos años diferentes pudieran ser idénticos. Ocurre, pues, que en sus escritos los efectos preceden a las causas, que figuras contemporáneas se encuentran en épocas diferentes, que una guerra de un año se extiende a lo largo de decenios, que se trastornan los episodios de un mito. Incongruencias de este tipo afectan en particular los Anales de Cuauhtitlan. En otras fuentes habrán contribuido a la dislocación de los mitos, fenómeno en el que ahondaremos más adelante.

 

 

El presente trabajo es la traducción y la amplificación de dos capítulos de mi tesis doctoral presentada en 1999 (y publicada en Graulich 1987, 1990, 1997, 2000). Se han agregado los mismos textos que tratan de Quetzalcóatl y de los toltecas por motivos metodológicos evidentes y también porque estos textos son fundamentales para la comprensión de las religiones mesoamericanas, ya que incluyen casi todos los mitos básicos. Podemos hablar sin exageración de una verdadera "Bíblia" de los indios de México.

No se pretende hacer una publicación nueva y crítica de dichos textos, sino relacionarles entre sí y mostrar su coherencia. He pues utilizado las ediciones más corrientes y asequibles. En algunas casos, cuando necesario, he corregido tal o cual traducción del náhuatl al castellano. Los pasajes enmendados están subrayados.

El Apéndice proporciona algunas informaciones y comentarios sobre las fuentes citadas. Se han utilizado principalmente los cuatro volúmenes del Handbook of Middle American Indians dedicados a las fuentes etnohistóricas.

Quisiera expresar mi reconocimiento a Johanna Broda, Miguel Rivera Dorado por sus valiosas observaciones y sugerencias. A Victoria Solanilla, agradezco haber con infinita paciencia leído y corregido el manuscrito. Gracias también a Guilhem Olivier quien leyó y comentó con su acostumbrada penetración esta versión revisada.



[1] Sobre todo esto ver Keen 1971; Lafaye 1974; Todorov 1982; Baudot 1977.

[2] Rivera Dorado 1985: 23; Mirambell Silva 2000: 235-50.

[3] Ver al respecto Keen 1971; López Austin 1973:13-25; Lafaye 1974. Entre los "historicistas" del siglo pasado podemos mencionar Prescott (1964) y Orozco y Berra  (1960 [1880]) por ejemplo.

[4] Otros "historicistas": Krickeberg 1962; Wolf 1962; Florescano 1963; Piña Chan 1967 (más escéptico en 1972); Padden 1967; P. Carrasco 1971; Brundage 1972; Porter Weaver 1972; Feldman 1974; Adams 1977; Diehl 1983; Duverger 1983; Lanczkowski 1984; Miller 1986.

[5] Graulich 1994 c. 4.

[6] Ver también Motolinia, Historia, Epístola proemial; Garibay 1953-54, 1: 29; Baudot 1977: 28-29; León-Portilla 1968: 65-72.

[7] Ver Vega Sosa 1978, 1979; Lehmann (1958: 26) trata de la mayor antigüedad de Mexico; también Zantwijk 1962, Graulich 1974. Hay alusiones en algunos textos: Sahagún X c. 29 mexicas (1950-81, 10: 196); Textos 68, 158; Torquemada 1969, 1: 199, 258. Tenochtitlan figura en la Mapa de Cuauhtinchan n°2, en tiempos chichimecas: Bittman Simons 1968: lám. IV p.61.

[8] Sobre este tema ver Jiménez Moreno 1953, 1959; Kirchhoff 1950, 1954-55; Caso 1967; Davies 1973, 1977; Prem 1983.

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